Paz y Conflicto

La cultura y el deporte vistos por Datapaz

Compartimos los artículos de Valeria Posada Villada y Saira Camila Restrepo, analistas invitadas en el Informe No 8. de Datapaz, con la introducción de Marcela Pardo. Además, presentamos los datos de acciones de cultura y paz en Colombia en las últimas décadas.

Presentación: “Que sonidos y ruidos entren en el orden de las estrellas”

Por Marcela Pardo

En un especial sobre la verdad[1], el poeta vallecaucano Horacio Benavides afirmó que para que un poema sea poema, debe ser síntesis de la experiencia humana, un espejo donde poder mirarse. Así, por ejemplo, en un poema podemos desnudarnos y ver, como por primera vez, la guerra. Y como la poesía no solo está hecha de palabras, en la historia de Colombia se pueden reconocer diversas acciones, prácticas y procesos en las que la sociedad muestra que, además de víctimas y victimarios, somos seres humanos, de carne y hueso, buscando denunciar, recordar y expresar experiencias del conflicto armado buscando, también, encontrarse.

El club deportivo La Paz F.C., por poner un caso, fue conformado, en medio de los Acuerdos de Paz, por guerrilleros desmovilizados, víctimas del conflicto y miembros de las comunidades que sufrieron la guerra, como iniciativa de resistencia y reconciliación, a través del cuerpo, las emociones y el juego. Acciones como esta, cargadas de sentido, nos recuerdan que el reto de transitar del conflicto armado a una paz estable y duradera requiere, a partir de garantizar los derechos de las víctimas, también de transformar dinámicas polarizadas, autoritarias, discriminatorias y violentas, en otras interacciones que permitan un relacionamiento plural, digno, incluyente, imaginativo y colectivo. Más allá de sus afectaciones, las poblaciones han enriquecido los imaginarios y las lecturas de la violencia y nos han enseñado como crear prácticas culturales y deportivas a partir de ellas, tanto en lo rural como en lo urbano.

En el presente informe de Datapaz se presenta un registro de acciones colectivas del campo de la cultura y el deporte que, por décadas, han hecho parte del repertorio de apuestas de los colombianos por la paz. En esta entrega, Valeria Posada, analista invitada y curadora del Museo Nacional de Colombia, y Saira Restrepo, analista de datos de la línea de Iniciativas de Paz, nos ofrecen una lectura crítica, estadística, espacial y temporal de las 546 acciones realizadas en Colombia, registradas desde el año 1983 a la fecha. Su aporte corrobora, para el caso de un pequeño rincón de las dinámicas sociales colombianas, que, como decía Benavides, sonidos y ruidos entran en el orden de las estrellas.

Otros abordajes: Los acercamientos del sector cultural y deportivo al conflicto armado

Por Valeria Posada Villada[1]

En las últimas décadas, Datapaz ha venido registrando un número cada vez mayor de iniciativas culturales y deportivas ligadas al proceso de construcción de paz[2]. Como bien lo revela este informe, desde 1983 hasta el 2020 se han presentado 546 eventos culturales y deportivos, con un promedio de 3 eventos presentados por año entre 1983-1996, 10 entre 1997-2008 y 33 entre 2009-2020. La cronología presentada, y el incremento de estos eventos en el tiempo, parecen establecer correspondencias con el desarrollo del conflicto armado y los acontecimientos que han marcado su devenir histórico[3].

En 1997, por ejemplo, hay un salto de 9 a 24 eventos, lo que indica una relación tanto con el fortalecimiento militar de las guerrillas y los grupos paramilitares como con las negociaciones y los acercamientos del gobierno Samper con el ELN a finales de 1996 e inicios de 1997. Su presencia vuelve a disminuir entre 1999 y el 2003 junto con el fracaso de las negociaciones de paz entre las Farc-EP y el gobierno Pastrana, la crisis de Estado y la implementación de la política gubernamental de Seguridad Democrática del gobierno Uribe. No obstante, en 2004 los actos vuelven a incrementarse de 2 a 13 y oscilan hasta el 2011, período durante el cual la Ley 975 del 2005 (Ley Justicia y Paz) formaliza la desmovilización de las AUC y los bloques Cacique Nutibara y Metro y, consigo, el Derecho a la Reparación de las Víctimas.

El trabajo de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR) en este período —consolidado con el primer informe General de Memoria y Conflicto ¡Basta ya! (2010)—, la posterior ratificación de la Ley 1448 del 2011 (Ley de Víctimas y Restitución de Tierras) y el inicio de los diálogos de paz con las Farc-EP del gobierno Santos marcarán un período de 6 años en donde el registro de estos eventos solo aumentó.

Este alcanzó su récord histórico con 71 iniciativas en el 2017, año en que luego de la derrota del “Sí” en Plebiscito sobre los Acuerdos de Paz, el Gran Diálogo Nacional y la firma del Nuevo Acuerdo Final, impulsó actos que apoyaron la salida negociada del conflicto y la implementación de los acuerdos. El último período, 2018-2020, volvió presentar una oscilación en las cifras, que inicialmente se redujeron con el cambio de gobierno, pero volvieron a resurgir en el 2019. En este caso, fueron las protestas por las irregularidades en la implementación de los Acuerdos de Paz, el asesinato de líderes sociales en el gobierno Duque y los eventos impulsados por Paro Nacional de los meses noviembre y diciembre los que marcaron la pauta (ver gráfica 2). 

Lo que esta relación indica, en primer lugar, es que en las últimas décadas, ante el recrudecimiento de la guerra, las medidas de asistencia económica y social han ganado fuerza con el fin de encontrar estrategias alternativas para atender y mitigar la red de causas y efectos que prolongan la guerra. Y, dentro de ellas, las prácticas artísticas y deportivas se han perfilado como acercamientos que promueven la resolución pacífica de conflictos y el empoderamiento de las comunidades afectadas y marginalizadas (Barreto Henriques, 2016)[4]. Entre estos se encuentra, por ejemplo, el cine club Rosa Púrpura del Cairo, propuesto por el colectivo de comunicaciones Línea 21 desde el 2002 en los Montes de María, que buscó que los habitantes de Carmen de Bolívar rechazaran el miedo y la violencia de los grupos armados volviendo a habitar y compartir en comunidad el espacio público con la ayuda de proyecciones cinematográficas. El programa Vení y Jugá, impulsado desde el 2015 por la ACNUR, el Comité Olímpico Internacional y la organización local Ajodeniu, es también otra muestra que busca crear espacios de contención dentro de entornos violentos en donde los jóvenes puedan proyectar sus vidas y sueños libres de miedo a través de entrenamientos en fútbol sala, voléibol y baloncesto —así como la danza— a jóvenes de familias desplazadas por el conflicto en Quibdó, Chocó (Ávilla, 2018; Comité Olímpico Colombiano, 2018).

Como es posible detallar, en estos proyectos la respuesta militar no se considera ya el único medio (o el medio ideal) para resolver un conflicto cuyas bases se asientan en inequidades de corte estructural. Oponerse a la violencia que impide habitar los territorios, tejer los lazos sociales que por ella se han visto fracturados, plantear otros horizontes de vida e implementar procesos de reconstrucción de la memoria que dignifiquen a las víctimas, son ejes que buscan abordar y tramitar las pérdidas causadas por la guerra desde una perspectiva más amplia (Centro Internacional para la Justicia Transicional, 2009; Ochoa, 2018).

Esta puede ser una de las razones por las cuales los actos culturales y deportivos parecen prosperar en procesos negociación y, aún más, en coyunturas políticas donde la narrativa de la ‘guerra contrainsurgente’ se complejiza y se expande para incluir nuevas perspectivas, voces y opciones. 

En segundo lugar, esta relación también muestra que la incorporación de medidas reparación simbólica para las víctimas dentro de los acuerdos recientemente firmados con los grupos armados (2005-2016) ha impulsado la producción de obras artísticas o acciones (culturales y deportivas) con enfoque exclusivo en la resiliencia, la memoria histórica y la reparación de las víctimas (o de las primeras) pero también de otros grupos sociales, tales como los desmovilizados. En el ámbito deportivo, antiguos guerrilleros de las Farc-EP han acudido al rafting como un proyecto emocional y turístico que los apoya tanto en su proceso de reincorporación a la vida civil así como a reconstruir los lazos de confianza con los habitantes del río Pato en Caquetá (Diario de Paz Colombia, s. f.).

En el cultural, asociaciones de víctimas han abierto casas, centros, museos, kioskos, rutas, galerías y hasta capillas de la memoria que conmemoran hechos como masacres, enfrentamientos, asedios y desplazamientos junto con las vidas que allí perecieron. Solamente entre 2005 y el 2014 se inauguraron o se inició la construcción de 16 de estos espacios en el país, cuando antes del 2000 el único referente en construcción era el Parque Monumento de Trujillo (1998-2003) construido por la asociación de víctimas Afavit en el Valle del Cauca (Posada, 2018; Red Colombiana de Lugares de Memoria, s. f.)[5].

Esta nueva mirada a las expresiones culturales y deportivas, especialmente aquellas de corte artístico, ha hecho que estas pasen a incluirse dentro del repertorio de acción de organizaciones de víctimas y movimientos sociales como un lenguaje que les permite expresar el dolor, posicionarse como sujetos políticos y manifestar sus denuncias en la esfera pública[6]. La antropóloga Myriam Jimeno ha designado a estas asociaciones “comunidades emocionales” y ha destacado mediante casos como el del resguardo nasa Kitek Kiwe que el uso de narrativas performativas y rituales, al estar vinculados a procesos de colectivos de memoria, se han transformado en medios que “permiten incorporar dimensiones que trascienden al grupo propio de víctimas y que incorporan las afecciones de la audiencia, creando lazos de solidaridad [con sectores de la sociedad civil] dentro de las luchas políticas por la justicia” (Romero, 2018, p. 16).

El carácter reivindicativo y político que las prácticas culturales asumen cuando son empleadas por estas comunidades emocionales —o por individuos o colectivos que expresan su apoyo a las primeras— bien pueden ser considerado como litigio, según la perspectiva de la restauradora y abogada Yolanda Sierra, porque su fin es “demandar o exigir a la sociedad o al estado, hechos o necesidades derivadas de la violación masiva de los derechos humanos, por parte de actores armados de diferente origen, que alteraron crudamente el orden cotidiano de la vida individual y colectiva” (2015, p.7). Si bien estas prácticas asumen formatos diversos —obras teatrales, comparsas, instalaciones, fotografías, entre otros—, las iniciativas elaboradas por grupos de víctimas (litigio estético) y por artistas que trabajan con estas comunidades o con la memoria histórica (litigio artístico) cumplen un papel clave en el contexto político actual. Sus producciones sirven como puentes comunicativos para indagar sobre un hecho violento (o una serie de hechos), visibilizar las tensiones y problemas que estos han hechos causado y presionar por su esclarecimiento y resolución. En este sentido, las perspectivas de Jimeno y Sierra ofrecen valiosos marcos interpretativos para aproximarse al desarrollo de las prácticas culturales insertas en el conflicto armado y el rol, cada vez más preponderante, que asumen como manifestaciones de disenso y movilización social.

Este somero análisis permite entonces establecer puntos de partida por medio de los cuáles es posible seguir debatiendo en torno al papel que las prácticas culturales y deportivas juegan como mediadoras en escenarios de confrontación y las estrategias que ofrecen para abordarlo como una problemática compleja y multicausal. La explosión de actos artísticos y culturales ha generado ya reflexiones académicas fructíferas. Sin embargo, para el caso del ámbito deportivo, la escasez de literatura muestra lo acuciante que es generar marcos de análisis más fuertes sobre este que permitan también entender la particularidad de sus apuestas, así como de sus aportes, a los procesos de construcción de paz.


[1] Valeria Posada Villada es museóloga y curadora junior del Curaduría de Arte del Museo Nacional de Colombia, dedicada a las colecciones de arte moderno y contemporáneo de la institución. Realizó sus estudios de pregrado en Historia de la Universidad de los Andes y de maestría en Artes y Estudios de Museo en la Universidad de Ámsterdam. Desde el 2015 se ha interesado por investigar la relación entre arte, museología, memoria y política en América Latina y desarrolla este interés conjunto con otras investigaciones en torno al estado de formas artísticas tales como performancia, fotografía y serigrafía en el escenario contemporáneo.

[2] Estas categorías han sido demarcadas previamente por Datapaz y abarcan tanto festivales y conciertos, aperturas expositivas, así como maratones, torneos y competencias deportivas, pero no se limitan a estos. No obstante, la información disponible en Datapaz no otorgó diferenciación en términos numéricos entre los eventos deportivos y culturales sino una cifra global.

[3] Para este informe se utilizó el análisis previamente elaborado por el CNRR en los capítulos 1 y 2 del informe ¡Basta ya! (Centro Nacional de Memoria Histórica, 2013).

[4] Dependiendo de su enfoque, Datapaz clasifica las iniciativas culturales y deportivas como ‘paz positiva’ y ‘paz negativa’, siendo las primeras aquellas que buscan promover acciones pedagógicas para la construcción de paz, mientras que las segundas denuncian o protestan en contra del conflicto armado, las violaciones a los Derechos Humanos y el Derecho Humanitario Internacional. En el presente texto no se utilizan estas categorías para diferenciar las acciones presentadas, sino, precisamente, se buscan mostrar con ejemplos donde, en muchos casos, estos enfoques se entrecruzan y potencian entre sí.

[5] Actualmente, su presencia se ha duplicado y son casi 30 los espacios de memoria que hacen presencia en el territorio, aglomerados bajo la Red Colombiana de Lugares de Memoria, una iniciativa social que buscan impulsar proyectos de reparación simbólica que trabajen y ayuden a garantizar la no repetición de violaciones a los derechos humanos.

[6] Si bien no se quiere descartar de tajo la posibilidad de que el deporte también ha sido empleado como parte del repertorio de acciones que movimientos sociales utilizan para posicionar sus reclamos y denuncias en el ámbito público, lo cierto es que la ausencia de literatura robusta al respecto indica que estas actividades hacen más presencia en programas de tipo educativo en donde se buscan abordar y aminorar el impacto de la pobreza, la desigualdad, el reclutamiento forzado, la exclusión social con comunidades históricamente marginadas o reinsertados (Arias Pinilla y Soto Niño, 2016; López Vega, 2016).

Análisis: La cultura y el deporte como promotores de paz

Por Saira Camila Restrepo Cabra

En los contextos de conflicto armado, el deporte y la cultura no están ausentes, son utilizados como herramientas que construyen memoria, denuncian los hechos de violencia y funcionan para edificar ambientes de convivencia sana y reconciliación. Al observar esta categoría en la base de datos Datapaz, se encuentran 546 Actos culturales y/o deportivos en los registros que van desde 1979 hasta la actualidad. Estos actos, ubicados dentro de las Acciones Colectivas por la Paz (ACP), “centran su manifestación en actos expresivos, simbólicos o de actividad física, para respaldar dinámicas sociales a favor de la paz o expresar rechazo de la violencia” (García-Durán, 2006, p. 340) e incluyen expresiones artísticas como los festivales o conciertos, o manifestaciones deportivas como maratones u otros eventos deportivos.

La cultura y el deporte, aunque distintos en sí mismos, se presentan como ACP en tanto demuestran posturas en contra de la guerra y en favor de la paz, permiten la construcción de memoria colectiva por medio de la cultura y sus manifestaciones artísticas, facilitan que las fronteras que nos dividen como sujetos sean derrumbadas por medio del juego, la recreación y el deporte, y se constituyen como actos que agrupan la diversidad de una amplia comunidad en torno al deseo y promoción de la paz en Colombia.

Los procesos y manifestaciones culturales y deportivos son sustancialmente distintos, aunque contribuyen a la construcción de paz y son expresiones de denuncia, no pueden entenderse como equivalentes en este análisis. En la base de datos Datapaz, el deporte y la cultura son entendidos como una única categoría para facilitar su sistematización; sin embargo, en este reporte, es pertinente desvincular las manifestaciones culturales de las deportivas y entenderlas primero por sí mismas para poder abordarlas en conjunto.

Por su parte, la cultura como ACP actúa como mediadora del conflicto. Entendiendo la mediación del conflicto como “salvar la distancia entre el espectador y una serie de objetos, sujetos y eventos dispares relacionados con el conflicto” (Yepes Muñoz, 2014, pág. 7), lo que permite acercar a los espectadores a las dinámicas de la guerra, no desde el horror, sino desde la justicia social, la memoria, la reconciliación y el anhelo de paz. En el caso colombiano, el conflicto está presente, no exclusivamente, en las zonas rurales de la periferia del país, por lo que las comunidades que allí viven conocen la violencia de manera directa y no requieren la mediación de la cultura para reducir las distancias entre ellos y la guerra (Yepes Muñoz, 2014). En cambio, para los contextos de las urbes y grandes ciudades alejadas del conflicto es requerido que las manifestaciones culturales actúen como mediadoras para que los habitantes de estos lugares se acerquen a lo que sucede en otras zonas del país. Con esto se pretende señalar que la cultura y el deporte actúan como herramientas distintas según el contexto y las dinámicas del conflicto en los territorios. Si bien el arte, la danza y la música son formas de resistencia y denuncia tanto en lugares de fuertes enfrentamientos bélicos como en lugares sin esta violencia, tienen significados e intenciones propias que responden a la historicidad de los pobladores.

Por ende, los actos relacionados a las expresiones culturales, como mediadores constituyen la posibilidad de relacionar la historia de la guerra, sus eventos, sus víctimas y su producción de sufrimiento con los habitantes de las urbes que participan como espectadores en eventos culturales y deportivos (Yepes Muñoz, 2014). A partir de lo cual se podría disminuir la brecha entre los espacios urbanos y rurales, lo que ayudaría a disminuir el interés demostrado en el plebiscito del acuerdo de paz por parte de algunos sectores urbanos. Ejemplos de esta mediación que puede acercar sectores poblacionales distantes son los diferentes eventos y encuentros desarrollados en el marco del Paro Nacional en los meses de noviembre y diciembre de 2019, entre ellos, uno de los más notorios fue el concierto realizado el 8 de diciembre de ese año que contó con la participación de múltiples artistas nacionales, la guardia indígena y cientos de personas en las calles del centro de Bogotá, que funcionó para reconocer, resaltar y reclamar por el cumplimiento del acuerdo de paz, la protección de líderes y lideresas sociales en riesgo, entre otras falencias de la administración gubernamental actual.

Esta característica de los Actos culturales y/o deportivos como mediadores en las ciudades del país se evidencia en la gráfica 1, donde la mayor cantidad de estas acciones se registran en las grandes urbes alejadas, pero no ausentes, del conflicto armado.

Ahora bien, dando un vistazo general, los Actos culturales y/o deportivos se registran por primera vez en la base de datos en 1983 y a partir de entonces tienen una notoria, casi completa, continuidad durante los daños. El único periodo en que no se registran datos a partir del primer evento se ubica en 1985, en adelante todos los años presentan al menos una ACP relacionada con la cultura y/o el deporte.

Se infiere que esta estabilidad en el tiempo es causada por la necesidad de las personas de denunciar y manifestarse frente a las dinámicas de la guerra. Considerando que los productos artísticos y culturales “sirven como placebo, como válvula de escape a las tensiones que recaen sobre los individuos y los colectivos” (Yepes Muñoz, 2010), son estos últimos quienes, aún más, en contextos de conflicto armado plasman sus sentires en el arte como una representación de sus realidades, lo que funciona para contar los sucesos violentos del pasado. Son muchas las maneras de manifestarse cultural o deportivamente en favor de la paz o en rechazo de la guerra, ejemplos de esto son los tejidos que realizan las mujeres en lugares afectados por la violencia, a través de los cuales construyen la memoria colectiva, tal y como lo hace la Red de Tejedoras por la Memoria y la Vida. O bien, pueden ser citados los torneos de fútbol en las ciudades en el caso del deporte, que se realizan con el propósito de desdibujar las fronteras que dividen barrios vecinos a través del juego, tal como lo hace la estrategia TIOS (Territorio de Inclusión y Oportunidades) en la ciudad de Cali.

Este tipo de manifestaciones ha tenido un notorio crecimiento con el pasar de los años, especialmente desde el principio del mileno, pues a partir de entonces ha tenido un notorio incremento, que podría llegar a repercutir en el área social y política al empoderar a los ciudadanos y brindarles herramientas para conocer y denunciar el conflicto y sus consecuencias, todo esto en un aire de esperanza que motiva la acción no indiferente de quienes se ven permeados por lo que narran las obras artísticas que surgen de la violencia y por la hermandad y la tolerancia que surgen al compartir espacios deportivos en entornos donde se promueve la paz.

Esta promoción de paz se hace explícita en la gráfica 3, en la cual se observa que, a pesar de que los motivos son diversos, la promoción de la paz es clave en estos Actos culturales y/o deportivos. Existen 238 acciones relacionadas con la categoría de Paz positiva: promoción de la paz, la cual hace referencia a acciones que favorecen una posición positiva con relación a la construcción de la paz, o promover acciones pedagógicas en esa dirección (García-Durán, 2006, p. 341). Es decir, en su mayoría, estas acciones se realizan en favor de la construcción de la cultura de paz según su sentido pedagógico; además es necesario considerar que la estrategia utilizada en estas ACP, según la organización de la base de datos Datapaz, es Educar, lo que muestra la intención de dar conocer las profundidades de la guerra y también de plantear maneras subalternas de construcción y mantenimiento de la paz a través de los aprendizajes del arte y el deporte.

Asimismo, existe una gran motivación relacionada con la paz positiva en sus tres posibilidades (promoción de la paz con 238 registros, búsqueda de alternativas con 145, y negociación y procesos de paz con 126), lo que demuestra que las acciones están dirigidas a consolidar negociaciones de paz y con estas las firmas de los acuerdos, pero también existe una trascendencia en estas motivaciones, al buscar soluciones más amplias que los procesos de negociación para alcanzar la paz, no solo como ausencia de guerra, sino como la ausencia de toda violencia en el sentido de justicia social, armonía, satisfacción de las necesidades básicas (supervivencia, bienestar, identidad y libertad), autonomía, diálogo, solidaridad, integración y equidad (García-Durán, 2006, p. 341).

Cuando se desglosan las categorías de paz positiva y paz negativa se observa que los motivos por los que se realizan estos actos culturales y/o deportivos se deben, en primer lugar, a la Promoción de la Paz con 217 registros (el 39,7 %).

Esto quiere decir que el motivo principal de estas ACP es realizar acciones que favorecen una posición positiva con relación a la construcción de paz, y/o promover acciones pedagógicas en esa dirección en forma abstracta o general (García-Durán, 2006, p. 341). Seguido de este se ubican los actos con motivo de Búsqueda de alternativas para la paz con 136 registros, motivo que se entiende como el que tiene la intención de discutir, formular o implementar propuestas, estrategias o alternativas que buscan afianzar la paz (en términos más amplios que un proceso de negociación) (García-Durán, 2006, p. 341).

Dichas motivaciones pueden ser explicadas al entender el trasfondo del deporte como herramienta para la construcción de paz, dado que su importancia en este ámbito ha sido identificada en entes internacionales, e incluso, su necesidad para la paz se ha plasmado en los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Por su parte, la Unicef (2003) afirma que las prácticas deportivas desde la recreación, pasando por la actividad física y llegando al deporte de alto rendimiento organizado, unen a las personas de manera que pueden superar límites y echar abajo barreras, haciendo del terreno de juego un espacio sencillo y a menudo apolítico para que se den contactos entre grupos contrarios. Es este potencial unificador hace al deporte sumamente útil para “reanudar el diálogo social y superar las divisiones destacando las semejanzas entre las personas y acabando con los prejuicios” (UNICEF, 2003).

Esta característica inclusiva y acogedora del deporte puede verse en los actores que participan o convocan los Actos culturales y/o deportivos. La mayor participación la tienen las Entidades culturales y/o deportivas (171 registros), pues son las que realizan la logística de los miembros de cada grupo para exponer ante el público sus manifestaciones artísticas. Seguido de este actor están los Pobladores Urbanos, quienes participan en estas ACP como espectadores o asistentes a los eventos creados por las entidades encargadas.

Además, se evidencian grupos sociales variados que participan en estos actos, entre ellos el Ejecutivo municipal, jóvenes, Ejecutivo nacional, ONG y fundaciones, víctimas de la violencia y familiares, niños, niñas, mujeres y sectores y organizaciones sociales sin especificar. Esto denota un amplio y potente movimiento colectivo por medio del cual la población busca manifestarse y promover la paz desde un sentido más amplio que el de la negociación y el acuerdo de paz llevando el discurso y la intencionalidad a la búsqueda de justicia y equidad.

En suma, el deporte y la cultura han sido manifestaciones colectivas constantes en la historia del país registrada en Datapaz y han buscado la transformación de la realidad por medio de la búsqueda de una paz multidimensional a partir de las expresiones artísticas y el acercamiento de grupos adversos por medio de la recreación. Es así como estas ACP son una estrategia crucial en contextos de conflicto armado prolongado como el que aún se experimenta en Colombia, para no olvidar, reivindicar y promover las luchas sociales colectivas por la paz.  

Foto portada: Juan Arredondo – World Press Photo.

Bibliografía

García-Durán, Mauricio. (2006). Movimiento por la paz en Colombia 1978-2003. Bogotá: Cinep.

UNICEF. (2003). Deporte para el desarrollo y la paz: hacia el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Madrir: Organización de las Naciones Unidas. Obtenido de https://www.unicef.es/sites/unicef.es/files/Deporte06.pdf

Yepes Muñoz, Rubén Darío. (2010). LA POLÍTICA DEL ARTE: CUATRO CASOS DE ARTE CONTEMPORÁNEO EN COLOMBIA. Pontificua Universidad Javeriana. Obtenido de https://repository.javeriana.edu.co/bitstream/handle/10554/855/cso36.pdf?sequence=1&isAllowed=y

Yepes Muñoz, Rubén Darío. (2014). El escudo de Atenea: cultura visual y guerra en Colombia. Cuadernos de Música, Artes Visuales y Artes Escénicas, 9(2), 23-43. Obtenido de https://www.redalyc.org/pdf/2970/297040437002.pdf

Marcela Pardo

Investigadora de la Línea Construcción de Estado y Paz Territorial del Cinep /PPP

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