Internacional

Monte Sinaí: la comunidad que le está ganando el pulso a la exclusión en Guayaquil

EDICIÓN 98/99 ENE-JUN 2020

Por Equipo Hogar de Cristo

Normalmente, no sabemos de dónde viene la voz de Dios, ni para dónde va,  reflexionábamos en una de las jornadas de teletrabajo de nuestro equipo, al repasar el origen de algunos de los resultados actuales en el territorio que cada día nos sorprende con historias que reflejan el potencial humano de las comunidades vulnerables en situaciones adversas.

A finales de marzo, cuando el país y principalmente Guayaquil estaban sumergidos en el caos por la crisis sanitaria, uno de nuestros aliados estratégicos nos propuso que recibiéramos donaciones para distribuirlas en Monte Sinaí. Ese asentamiento humano en proceso de legalización no cuenta con servicios públicos y es caracterizado por su densidad poblacional (150 mil personas), el pulso político por el control social y territorial, y el abandono de los gobiernos de turno e incluso de su propia gente que, en una especie de letargo, espera que otros, sus líderes visibles, consigan lo que necesitan como comunidad. 

Un grupo de Hogar de Cristo atendió el llamado y empezó la avanzada, dejando en claro que amar y servir estaban por encima del miedo. Emprendieron la tarea con un corazón de carne1Ver Ezequiel 36, 26., flanqueado por todo el equipo que, desde la distancia, animaba este movimiento fraterno liderado por el jesuita colombiano Eduardo Vega, quien está al frente de este Centro Social de la Compañía de Jesús en Ecuador.  

Con la primera donación llegaron otras que avivaban el fuego de la solidaridad. Fuego que fue encendiendo otros fuegos y que nos ha permitido llegar a cerca de 17 mil familias de las 39 cooperativas de Monte Sinaí, y a otras 11 mil familias vulnerables de la costa ecuatoriana. Solo hemos vertido pocas gotas en medio de esta catástrofe sanitaria y social, pero hemos hecho nuestra parte, como dice el colibrí de la fábula2Fábula del colibrí y el incendio: Aquel día hubo un gran incendio en la selva. Todos los animales huían despavoridos. En mitad de la confusión, un pequeño colibrí empezó a volar en dirección contraria a todos los demás. Los leones, las jirafas, los elefantes… todos miraban al colibrí asombrados, pensando qué demonios hacía yendo hacia el fuego. Hasta que uno de los animales, por fin, le preguntó:

– “¿Dónde vas? ¿Estás loco? Tenemos que huir del fuego”.

El colibrí le contestó:

– “En medio de la selva hay un lago, recojo un poco de agua con mi pico y ayudo a apagar el incendio. Aquí nací, aquí he vivido, como todos ustedes, no puedo permitir que esto se destruya”.

Asombrado, el otro animal solo pudo decirle

– “Estás loco, no va a servir para nada. Tú solo no podrás apagarlo”…

Y el colibrí, seguro de sí mismo, respondió:

– “Es posible, pero yo cumplo con mi parte”..

Y volvemos al punto de partida. En los inicios las donaciones se distribuían con el concurso de párrocos y líderes de diferentes organizaciones de Monte Sinaí. Luego tomó fuerza la distribución en el territorio con comunidades organizadas. Algunos tenían una estructura, otros empezaron una especie de error y ensayo con buenos resultados. A finales de abril llegó una donación de harina, avena y fideos que iluminó a los líderes y organizaciones de algunos sectores. Recordamos con emoción: 

“No intuíamos lo que estaba formándose desde las donaciones”.

Estábamos sorprendidos por la forma como obra el Espíritu. Rápidamente #PanParaMiHermano se convirtió en un pan de fe, pan partido y compartido3 “Denles ustedes de comer”, Lucas 9, 13., que dinamizó y activó a los grupos bajo la bandera de la solidaridad.

Con el Covid 19 habían llegado otras desdichas: desempleo, ausencia del circulante, pues muchas familias viven de lo que consiguen en el “día a día”, subida de precios de la canasta básica familiar. En Monte Sinaí solo el 10% de los moradores del territorio tiene ingresos fijos, de acuerdo con una encuesta realizada por Hogar de Cristo sobre Seguridad Alimentaria (1.602 personas). 

Desde el Observatorio Ciudadano por el Derecho a la Vivienda y al Hábitat Social y Comunitario, acompañado por el Proyecto de Organización Comunitaria de Hogar de Cristo, sus líderes decidieron elaborar pan con colada de avena para nutrir los estómagos alimentados desde la carencia. La iniciativa se emuló en otras comunidades y cada uno fue incorporando novedades. Entre todos fueron venciendo las dificultades y cumpliendo con el objetivo, refiere Xiomara Jara, representante de esta organización que lucha por la legalización de Monte Sinaí. En la Cooperativa Trinidad de Dios los integrantes de Misión Juvenil de Hogar de Cristo que lideraron la entrega de alimentos en sus ocho cuadras -de ahí el nombre con el que se identifican: Red Vecinal de Solidaridad Ocho Cuadras- además realizaron empanadas. 

La autogestión para la compra de los ingredientes faltantes involucró a la comunidad, al igual que la elaboración. Las historias alrededor de este movimiento de solidaridad se cuenta con una mezcla de lágrimas y alegría.

“Por esta pandemia vimos que nuestra comunidad poco a poco se estaba gastando sus recursos. Decidimos salir a ayudar. Sabíamos que no sería fácil, asumimos el reto, reconociendo nuestra capacidad de liderazgo”.

Así lo explica Samuel Castro, joven de 21 años. Su compañera de fórmula, Elizabeth Lucas, también de 21 años, se muestra agradecida por las personas que han encontrado en su camino y por todo el apoyo de la comunidad. Hoy ambos ya visualizan desde el patio de su casa el centro educativo para los niños de la comunidad que permitirá que puedan seguir clases en línea poniendo a disposición el internet de su hogar y sus conocimientos. Su objetivo: una comunidad solidaria, fuerte y unida, aunque para lograrlo han necesitado un entrenamiento intenso y sobre la marcha, recuerda este episodio Xiomara con una sonrisa, quien atendió el llamado de Hogar de Cristo para que guiara a los jóvenes a partir de su experiencia de vida en la organización comunitaria y las herramientas que ha adquirido en el acompañamiento institucional. Así fue como les enseñó entre otras cosas a dividir el sector activando líderes en cada cuadra para obtener mejores resultados y, al mismo tiempo, despertar el deseo de sumar en beneficio de todos. 

Entre tanto, la Asociación de Comerciantes de Monte Sinaí, empezó a hablar de los desayunos comunitarios y de un equipo territorial en cada cooperativa: coordinadores y subcoordinadores divididos por manzanas que se integran activamente en las tareas para frenar el hambre que pone a la población en el mismo riesgo que la pandemia, expresa Fausto Chillogallo, integrante de la organización. 

Garantizar el acceso a la Seguridad Alimentaria ha puesto en jaque a todos en el territorio (organizaciones, Iglesia y comunidad). De hecho, desde la comunidad, un 64% manifiesta estar dispuesto a ser parte de una red organizada para gestionar y distribuir alimentos que permitan surtir al territorio y evitar la escasez. 

Así empezaron a germinarse las Redes Populares Solidarias alentadas por la campaña institucional “Pan para mi Hermano” de Hogar de Cristo que tomó el nombre en el camino, pero que surgió con el impulso de Asia Javier conformada por los ex alumnos de la Unidad Educativa Javier, obra hermana del sector educativo, que pusieron en marcha diferentes estrategias con la campaña “Alimentar más para servir mejor”. Siete coordinadores y 59 líderes en una estructura horizontal se integraron desde una “profunda conexión emocional”, explica Pedro Cabello, responsable de Asia Javier en este hermanamiento. Otras obras de la Compañía en Guayaquil se han integrado a este esfuerzo común: FE y ALEGRÍA, FASMAD y, recientemente, la Fundación Mariana de Jesús.

“Trabajando en esta campaña encontramos una generosidad grande, gente que no solo dona dinero, productos y hasta obras de arte. Al final del día lo que donan es tiempo, paciencia y esfuerzo. Contemplamos en nuestra acción una etapa local y otra internacional con la que sabemos vamos a tocar corazones empeñados en esta campaña, trabajando con mucha alegría: “Contento, Señor contento”, refiere Cabello visiblemente entusiasmado. 


Las Redes Populares Solidarias de la periferia de Guayaquil, que van tomando forma inspirados en las Redes vecinales de solidaridad herramienta de los jesuitas mexicanos que trabajan en la reconstrucción del territorio, apuntan en un corto plazo a fortalecer las habilidades de organización y gestión de las mismas comunidades, teniendo como principio “pensar y actuar en comunidad”4 REVES, documento compartido por los Centros Sociales de la Compañía de Jesús en México..

La idea es que desde ellos y con el acompañamiento organizacional -que se ha mantenido por diferentes canales a pesar de la pandemia -, surjan acciones que apoyen la búsqueda y construcción de cierta Seguridad Alimentaria en un inicio. A partir de este tema, se analizan emprendimientos que promuevan el comercio justo y faciliten el acceso a alimentos sanos y nutritivos a través de iniciativas como comprar juntos, centros de acopio, tiendas solidarias, mercados virtuales y distribución a domicilio, comedores comunitarios. 

El hilo que se teje en el territorio motiva a su vez otras iniciativas sociales y económicas para responder a otras problemáticas latentes y que han aflorado como consecuencia de la pandemia. El desempleo y la educación están en la mira. 

Para la generación de recursos se requiere con urgencia una reactivación de la economía familiar en los sectores vulnerables. Desde el territorio, la información que recoge el personal de campo del programa de Economía Popular y Solidaria de Hogar de Cristo apunta a que “los microemprendedores no tienen dinero para continuar con su negocio. La reactivación es un pedido desesperado en algunos casos. La inversión y ganancia se usó  en salud y alimentación”, nos dice Jéssica Ochoa, integrante de este proceso. Hogar de Cristo ha iniciado la búsqueda de capital semilla para dinamizar las economías familiares y zonales, conociendo además que en este grupo hay mujeres cabeza de hogar, mayoritariamente. 

Reinventarnos en nuestra presencia en el territorio o desaparecer. Esta lapidaria afirmación nos está abriendo hacia alternativas para ofrecer capacitación a jóvenes y adultos para entrar al mundo productivo, bien sea laboral o independientemente, frente a una de las principales limitantes que se presentan en el territorio que es la educación virtual debido a la falta de redes, dispositivos y, principalmente, condiciones económicas de la población. Una encuesta institucional arrojó que el 70% de la población de Monte Sinaí no tiene acceso a la educación virtual.   

Ante la dura cifra, prevalece el sentido de comunidad que, a nivel educativo surge desde los jóvenes, conscientes de que la educación es una de las claves para salir del círculo de la pobreza. Arropados por la comunidad, lideran iniciativas que mitigan la falta de acceso. Por un lado, Denisse Toala, una joven de 16 años motiva con el acompañamiento de los padres el refuerzo escolar en una veintena de niños y adolescentes, impedidos de estudiar por la realidad que los envuelve y, por el otro Samuel Castro y Elizabeth Lucas, impulsan un centro de educación desde el patio de su vivienda en una de las cooperativas de este sector (Trinidad de Dios).  Pondrán su internet, talento, pero sobre todo su amor al servicio de los niños, niñas y adolescentes del entorno.  

Foto portada: Equipo Hogar de Cristo.

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