Editorial

Trump y la democracia

EDICIÓN 112 SEP-DIC 2024

Ya nos enseñó Aristóteles, hace dos mil cuatrocientos años, que el hombre es un animal político, es decir, constituido a partir de sus relaciones sociales. La política, como arena o teatro donde construimos el bien común, nos compete a todos. Sin embargo, muchas personas suelen decir que no les interesa, sin entender que ella determina en nuestra vida diaria, el goce o la privación, de las libertades y los derechos.

En la teoría política clásica, los individuos que conforman una nación delegan su poder en el Estado, es decir, en una institucionalidad capaz de establecer las condiciones de posibilidad para que todos los ciudadanos tengan una vida digna.

El buen gobierno de dicho Estado, cualquiera que sea su forma, debería estar orientado a la felicidad o bienestar de su pueblo, procurando que el ser humano encuentre la realización de sus necesidades, los sueños de su espiritualidad y el desarrollo de sus posibilidades.

Para lograr este fin del Estado, no hemos encontrado, desde los griegos hasta hoy, una mejor forma de régimen político, que la democracia. Pero ella nunca es completa, es incierta, frágil, guarda en sí misma el poder desestabilizador de lo popular, de la autoridad de cualquiera. Como diría Churchill: “La democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado”.

La construccion de una democracia es compleja y no basta que sea electoral o meramente funcional (auque sin elecciones libres es imposible decir que un régimen sea democrático), implica muchos otros elementos, como la alternacia de poder, la rendición de cuentas, la veeduria ciudadana, la participación en la toma de decisiones, la separación de los poderes, la libertad de prensa, el respeto y la garantía de los derechos humanos, los derechos de la oposición, los derechos de las minorías, etc.  

La democracia está lejos de ser el sistema perfecto, pero no hemos inventado algo mejor. Es cierto que las democracias modernas nacieron de la mano del liberalismo capitalista, y que las potencias occidentales, especialmente Estados Unidos, la han utilizado como pretexto para hacer todas sus guerras.

Asistimos a una época quizás poscapitalista, en la cual las democracias no son necesarias, y por todas partes parecen desmoronarse ante nuestros ojos. Y es aquí donde los ciudadanos tenemos que hacernos más conscientes y activos políticamente, comprender que el camino de construcción democrática es la vía indispensable de una nueva gobernanza local, regional y mundial, capaz de proteger la vida humana y planetaria.

No se trata simplemente de regresar a las viejas estructuras, sino de ser capaces de descolonizar la democracia y de emanciparla del capitalismo desbordado. Lo contrario, es contemplar impávidos su desmoronamiento paulatino, y con éste, el aumento en la restricción de nuestros derechos y libertades, y en el crecimiento exponencial de seres humanos considerados como desechos.

La vuelta de Donald Trump a la presidencia del país más poderoso del planeta, es síntoma y símbolo del resquebrajamiento de la democracia. God is Gold, el capital por el capital, desplaza los valores democráticos que antes parecían concomitantes con el proyecto capitalista.

La acumulación desmedida de capitales ha producido en las últimas décadas, no solo aumento de las desigualdades, sino la degradación del planeta, y el descarte de millones de seres humanos, algunos de los cuales deambulan sin techo por las metrópolis del primer mundo, mientras otros esperan cruzar alguna frontera peligrosa, buscando simplemente sobrevivir.

Los destrozos del capitalismo producen miedo, angustia, incertidumbre y muerte, pero los grandes acumuladores del capital, de la tecnociencia y del poder, se las arreglan para no parecer culpables. Las sociedades occidentales empiezan a acoger soluciones peligrosamente simplistas, que apuntan a su despolitización y al desmantelamiento de la democracia.

En efecto, la elección de Trump revela una sociedad que prefiere optar por el pragmatismo autoritario, que prescinde de normas democráticas y de leyes establecidas, que continuar con un sistema que parece no haber sido capaz de resolver los problemas del ciudadano común. Trump representa una nueva derecha neoliberal autoritaria que pone las soluciones inmediatas por encima de normas y derechos, es decir, por encima de la democracia.

Es urgente abrir los ojos, y no dejarnos obnubilar por las soluciones facilistas: Saltarse el ordenamiento jurídico, las formas de respeto al otro, desconocer los derechos ajenos, etc., son las normas del nuevo orden trumpista, que parece proclamar que el fin justifica los medios, y nos pone ante el riesgo de inhumanidad, que hace posible la aniquilación del otro.

El fin nunca justifica los medios. Las formas y los fines no están separados, su separación es una falacia. El régimen democrático supone unas reglas de juego para acceder al poder político, y respetar los contrapesos de los otros poderes. Pero los lideres populistas piensan que, por su belleza, su inteligencia, su encanto, o quién sabe por qué predestinación divina, pueden saltarse las formalidades y regulaciones.

¿De qué sirve ganar, si lo hacemos imponiéndonos a los demás? ¿De qué sirve gobernar, si lo hacemos solo para los nuestros? Ganar fácil, gobernar sin el horizonte del bien común, sacrifica los valores humanos, y nos pone peligrosamente en la vía impúdica del exterminio del otro.

Parece reproducirse este esquema autoritario al interior de las democracias occidentales. En nuestro continente han sido, antes Bolsonaro, ahora Milei y Bukele, por nombrar a algunos, y también Maduro. Este último, con el discurso de la vieja izquierda, pero con políticas económicas más neoliberales que cualquier derecha extrema, regalando el país a las transnacionales extractivitas, y estableciendo dos sistemas económicos, uno en dólares para esos negocios, y otro en devaluados bolívares para su pueblo empobrecido. A los dueños del capital parece no importarles tanto la ideología, sino socavar las instituciones para acrecentar su dominio mundial.

Por todos lados se agrietan las instituciones democráticas, para que los grandes capitales puedan seguir su obscena carrera acumulativa, sin restricción alguna. La alianza Trump-Musk, representa esa toma del poder político por parte de quienes ya son dueños de casi todo: del dinero, de las tecnologías, del saber, de los medios de comunicación, y en algunos casos, hasta de las decisiones judiciales.

En Europa el panorama no luce mejor, las extremas derechas y los nacionalismos crecen: gobiernan en Italia, Hungría, Polonia, República Checa y Finlandia, y en otros paises como Francia, España, Bélgica y Alemania, tienen gran representación en el parlamento.

Pero más allá de Europa, quien estará mas feliz con la elección de Trump, es seguramente Netanyahu. No nos engañemos: el sionismo no es judío, es peligrosamente norteamericano y europeo. ¿Por qué las democracias occidentales han apoyado tan decididamente una Teocracia intolerante como Israel? Talvez esa sea la clave para entender la doble moral de las democracias occidentales, su espíritu capitalista y colonialista. Teocracias disfrazadas de democracias, donde no hay ciudadanos sino creyentes fanatizados, y donde aquel que no cree, ya sea en la Jerusalén de los sionistas, o en el Sueño Americano, es declarado enemigo.

Palestina desaparece ante nuestros ojos.  Y no, no es como el holocausto nazi, donde el mundo entero desconocía el exterminio. Este genocidio lo vemos a diario, en las redes, por todos lados, difundido por los mismos soldados israelíes que graban sin pudor alguno, el horror de sus bajezas. Si Palestina desaparece, no podremos volver a hablar de humanidad, y habremos empezado a justificar los genocidios que vendrán contra todos aquellos que no importan a los grandes capitales.

Netanyahu, con la venia de Estados Unidos y de Europa, se burla de todas las normas y fallos internacionales, y ridiculiza a la ONU, símbolo del gran sueño de gobernanza global y multilateral.

El fracaso y la inoperancia de la ONU ante el genocidio palestino, es otro signo de la crisis del espíritu democrático occidental, que da su macabra bienvenida a una época de grandes miedos e incertidumbres. Y aunque deberíamos visualizar un horizonte por construir, los monstruos de la modernidad parecen haber devorado las democracias…

Jorge Alberto Camacho Chahín, S.J.

Filósofo y Licenciado en Teología de la PUJ. Magíster en Teología Fundamental del Centre Sèvres de Paris.

Director de la revista Cien Días vistos por Cinep.