103 / SEP-DIC 2021

Participaciones juveniles e intervenciones democráticas: posibilidades de existencia de la voz colectiva

EDICIÓN 103 SEP-DIC 2021

Por Catalina Betancourt y Samuel Sabogal

Este artículo se ocupa de problematizar el imaginario común al que se recurre cuando se habla de democracia, hace un breve análisis del panorama actual de participación política y democrática en Colombia, y se enfoca en la juventud, las disidencias, en sus expresiones artísticas y sus acciones colectivas. Busca señalar que las formas de incidencia no formales no son solo espacios de participación profundamente válidos, sino que cada vez parecen estar apuntando a un cambio estructural en el que todas las voces buscan tener el mismo valor. Por último, también presenta algunos mecanismos formales de la democracia institucional, desde los cuales se puede participar para generar otros espacios de incidencia.

Imagionarios e incongruencias

Hombres reunidos en el ágora, debatiendo el rumbo de la polis, es una de las imágenes más representativas cuando indagamos los cimientos culturales de la democracia. El arte renacentista y los referentes grecolatinos, dotaron de identidad este imaginario en diversos retratos que se construyeron desde la idealización de un pasado clásico. Aunque parece presentarse un abismo temporal frente al panorama democrático que nos compete, esta imagen resalta las ruinas del legado griego, y nos permite acercarnos críticamente al contexto colombiano, donde lo democrático es una herramienta que ha permitido cultivar ciertos ideales de nación, libertad, participación y orden. Este sistema político se ha actualizado, logrando construir sus propios símbolos, para dar lugar a significantes que representan nociones nuevas de la participación política.

En este sentido, al presentar la imagen clásica de la democracia, no pretendemos equipararla con el caso colombiano, sino hacer una analogía que permita comprender el peso de la tradición, frente a las herramientas de participación ciudadana —que exigen una problematización constante—, y de esta forma, mostrar cómo esos espacios de congregación se han transformado y ampliado, gracias a la participación de distintos grupos sociales.

Así, en contraste con el imaginario clásico, la democracia representativa de nuestro país se relaciona con la protección de los derechos humanos, la toma de decisiones de un grupo amplio de personas y la noción de justicia. Por ende, en Colombia, el modelo constitucional del Estado Social de derecho reconoce la obligación de la garantía de los derechos fundamentales, y el no asumir esa obligatoriedad, deriva en la precarización de la vida y en la falta de legitimidad. ¿Cuál es la legitimidad del Estado colombiano cuando su mandato no cumple el respeto a los derechos humanos, y qué mecanismos aparecen para exigirlos?

Foto: Oxi.ap

Ante esta pregunta, es fundamental pensar en la construcción de nuevas democracias. En efecto, la falta de legitimidad de las acciones estatales (que incumplen con un pilar de la democracia colombiana) indica que se necesitan reestructuraciones que velen por la garantía de los derechos fundamentales, entre ellos, a la participación. Consagrada constitucionalmente, la participación tiene mecanismos formales abiertos a la ciudadanía, pero como ha sido demostrado por las poblaciones históricamente discriminadas en Colombia (afro, indígena, mujeres, jóvenes, personas LGBTIQ+, entre otras), estos no garantizan el ser tenido en cuenta por ese pequeño círculo que toma las decisiones y define el rumbo del país. Con ello, y ante el panorama de movilizaciones sociales que se han dado recientemente en Colombia, la protesta se convierte en una muestra de que la acción colectiva es el mecanismo de participación más cercano a los jóvenes y a las disidencias, y pone sobre la mesa, una posibilidad para apuntar hacia esas nuevas democracias.

El paro y la democracia

La participación popular y las acciones colectivas, reflejadas en las manifestaciones convocadas desde el 28 de abril del 2021 (28A), proponen una idea, que contrasta con la majestuosidad del ágora. Las marchas y las nuevas maneras de protestar, actualizan el significado y el sentido democrático, pues el debate político habita el espacio de la cotidianidad en cada rincón del país. Esto no es de extrañar, pues en un panorama como el colombiano, se puede comprobar desde múltiples fuentes, que hay una desilusión y una necesidad de cambio hacia esas ideas clásicas, anacrónicas y obsoletas de la democracia y de la justicia en el país, especialmente entre los jóvenes.

Cortesía de @johnnysblues

Así lo señalan: la columna Los jóvenes como protagonistas del paro de Miguel Ángel Herrera (Semana, 2021) y el artículo El 84 % de los jóvenes se sienten representados por el paro nacional de El Tiempo (2021). En ambos textos, los autores sugieren que los problemas fundamentales radican en varios aspectos: las políticas públicas, que son insuficientes para satisfacer las necesidades de todos los colombianos; la exclusión de los jóvenes del panorama político, que implica desconocer sus contextos, angustias y propuestas; el engaño y la manipulación de las narrativas de gobierno, y, ante todo, la justificada y profunda desconfianza a la institucionalidad y a los organismos públicos.

Gran parte de la reticencia ante el gobierno y sus políticas, deriva de la realidad que se ha vivido en las calles, en la ausencia de diálogos y soluciones, y en la falta de garantías de derechos fundamentales. Ante este escenario, se quiebra el espejismo de la democracia clásica, y acontece un nuevo espacio popular, que hierve y se desborda a lo largo del vigoroso cuerpo que son los territorios, las ciudades y el país entero. De tal manera, el reciente escenario del paro nacional parece haber abierto la puerta de la participación política no institucional, a múltiples sectores, que desde hace años han venido desarrollando sus agendas desde diferentes espacios, y por momentos, parecen resistir en frentes aislados a otras luchas.

Sorpresivamente, una de las grandes potencias de la participación democrática en las marchas que empezaron desde el 28A, fue la congregación de distintos grupos de los movimientos campesinos, indígenas, feministas, LGBTIQ+, juveniles, entre otros. Protestando, marchando y dialogando en los mismos espacios, estos colectivos hicieron que muchas de sus representaciones artísticas, apropiaciones del espacio público y exigencias al Estado colombiano, se volvieran virales en redes y en la prensa, y que fueran tenidas en cuenta. Es de resaltar que, en este contexto, dichas congregaciones no se limitaron a fechas o espacios conmemorativos (el 28 de marzo en el caso de las marchas feministas o el 28 de junio para la comunidad LGBTIQ+), ni a sus agendas y luchas particulares, sino que se tomaron las calles a diario, mancomunadamente, con el fin de demostrar que este sentimiento de inconformidad y necesidad de cambio debía tomar en cuenta sus voces y cuerpos. El fin de esta unión era reclamar una gran transformación política y social que apuntara al bienestar común.

Foto: Oxi.ap

Tal como lo acuña Carlos Satizábal en su nota El paro nacional, la juventud y el cambio cultural (El Espectador, 2021), esto prueba que existe una nueva sensibilidad que está abanderada por “[…] el alma colectiva juvenil y popular, indígena, campesina, afro, urbana y mestiza”, y que además encuentra sus formas de incidencia en “[…] performances, batucadas, danzas, canciones, carteles, poemas, grafitis, murales, teatro, ollas comunitarias, marchas, barricadas, asambleas comunitarias, primeras líneas” y redes sociales. Esta multiplicidad obliga a separar la mirada de las formas tradicionales en las que el voto o los mecanismos de participación, mencionados en la Constitución Política, parecen ser la única forma de proceder ante la realidad del país.

Como también lo señala el Instituto Holandés para la Democracia Multipartidaria: “Los mecanismos no formales de participación política como las marchas pacíficas son fundamentales para entender cómo participan los jóvenes en la democracia, por lo que, para fomentar su participación, se requiere entender esas dos lógicas, la formal y la no formal” (NIMD Colombia, 2020). Para múltiples autores que analizan lo sucedido en el marco del paro (como Herrera o Satizábal), el punto de discusión está entonces en estas congregaciones, pues son las que convocan el acto de participación política y democrática, incluso antes de desembocar en el ejercicio de la protesta. Son estos espacios, los semilleros de apropiación social y política que se están gestando a lo largo y ancho del país, y en los que es necesario centrar nuestra atención y esfuerzos, también como jóvenes.

Con ello, los “parches” de amigos, cuyas agendas políticas están orientadas a preocupaciones específicas, se posicionan por encima de la idea previa de los hombres atenienses, dueños de las calles y de la vida pública. La polis les pertenece ahora a los jóvenes, a las mujeres y a las disidencias, no solo para poner en la mira de lo público, aquello que debe ser atendido con inmediatez, sino para seguir hilando redes humanas, desde las ideas y sentires que la política tradicional ha considerado periféricos y de menor valor.

Foto: Yulieth Rojas.

Ahora bien, es necesario resaltar que estas formas de participación, encuentran su origen primario, muchas veces, en la ira y la rabia. No es gratuito que en los diferentes medios o en la prensa se considere a las manifestaciones y protestas como “estallidos sociales”. Tal como señala Martha Nussbaum en su libro La monarquía del miedo. Una mirada filosófica a la crisis política actual (Nussbaum, 2018), “[…] la ira pública en estos momentos no solo contiene un elemento de protesta ante los agravios —una reacción que siempre es sana en democracia cuando la queja está bien fundada—, sino también un ardiente deseo de desquite, como si el sufrimiento de otros pudiera resolver los problemas del grupo o de la nación” (89). No obstante, aunque Colombia parece sumergida en el enojo, es de gran valor notar que estas emociones han podido trascender al plano de la creación colectiva.

Para Nussbaum, este sentimiento inicial de ira, que es completamente válido y necesario, debe ser el punto de partida para una nueva democracia. En su obra, presenta la tragedia clásica de Esquilo, la Orestiada, para metaforizar el papel de las furias —seres mitológicos de la venganza— como aquella ira que se transforma en un valor positivo (las Euménides), para preservar los valores del nuevo sistema de leyes (la democracia). De tal manera, consideramos fundamentales y necesarias todas las formas de participación política que hemos mostrado hasta el momento, pues dan cuenta de la capacidad de cambio, resiliencia y resistencia que tienen los jóvenes y las disidencias en el país, al tiempo que con ello queremos señalar que estas emociones y transformaciones son necesarias en las estructuras convencionales que aún determinan el camino de las leyes y las políticas públicas en el país. Por lo tanto, detallamos a continuación, algunos mecanismos formales, de los que también debemos apropiarnos para seguir esculpiendo el rostro de esa democracia nueva que queremos construir.

Participaciones juveniles democráticas

Con todo, las manifestaciones sociales han dejado claro que el espacio de debate también se ha ido configurando en las calles. El canto de muchos jóvenes se ha venido sintiendo en arengas como: “Hay que ver las cosas que pasan/ hay que ver las vueltas que dan/ con un pueblo que camina pa’delante/ y un gobierno que camina para atrás”. Consignas como esta, se entonan con fuerza desde el 28 de abril, pero realmente son el legado de todas y cada una de las generaciones manifestantes de este país. En el marco de estas protesta, el eco indeleble de esta voz colectiva no ha quedado en el aire, pues como fruto de estos espacios de desahogo social, se ha logrado evaluar reformas y se han llegado a consolidar colectivos juveniles que apuestan su rumbo en participaciones concretas, con el fin de vigilar detalladamente las políticas públicas para la juventud, ejercer control sobre la gestión oficial.

Foto: Oxi.ap

Así, los Consejos Municipales de Juventud se presentan como un mecanismo nuevo y autónomo de participación, “[…] desde los cuales deben canalizarse los acuerdos de los y las jóvenes sobre las alternativas de solución a las necesidades y problemáticas de sus contextos, y la visibilización de sus potencialidades y propuestas para su desarrollo social, político y cultural ante los gobiernos territoriales y nacional” (Garzón. 2018, p. 214). La participación en estas elecciones, que se llevarán a cabo el próximo 28 de noviembre, consta de 41.825 jóvenes inscritos a nivel nacional, cuyo rango de edades está entre los 16 y 22 años. Los participantes están distribuidos entre 11.823 inscritos en listas independientes, 22.675 inscritos en partidos o movimientos políticos con personería jurídica1Los datos son tomados del informe electoral de la Registraduría Nacional del Estado Civil. Debe tenerse en cuenta que los partidos con más candidatos son: Partido Liberal Colombiano (4203), Partido Conservador Colombiano (3523), Partido Cambio Radical (2997), Partido Centro Democrático (2419) y Partido Alianza Verde (1796)., y 7.327 inscritos en procesos y prácticas organizativas de las juventudes.

Esto pone de manifiesto que la participación política independiente puede ser un mecanismo que posibilite la transformación social, siempre y cuando haya un interés colectivo por apoyar este tipo de liderazgos. La palabra independiente en latín significa “aquello que no está bajo la voluntad de otro” y, en este sentido, pensar lo democrático desde ese movimiento de la voluntad, que intenta proclamarse con libertad, indica empezar a replantearnos los cánones fosilizados de lo político en Colombia.

Nuestro modelo actual emerge desde la rigidez, presenta muchas fallas y ha sido el motivo principal de la inconformidad expresada por los movimientos sociales que han abrigado al país. En este sentido, la democracia se ha venido consolidando como un panteón, donde el culto a los partidos tradicionales se ha perpetuado, frente a una lógica de gobierno que ya presenta falencias en su forma de proceder. En contraste, la participación democrática desde las manifestaciones sociales, es un ejercicio que invita a repensar esta crisis democrática, que la revitaliza desde la porosidad y el dinamismo, y que invita a replantear nuevas formas de gobierno, pues dentro de este culto a lo clásico, se ha normalizado la violencia, como un mecanismo de defensa ideológica. Ejemplo de esto es que en el transcurso del presente año se han registrado 80 víctimas mortales en el marco del paro nacional, donde el 80% de ellas son jóvenes entre los 13 y 27 años2Estas cifras son tomadas de Indepaz en un informe con fecha de corte del 23 de julio del 2021.. Esta respuesta violenta frente a la exigencia de un cambio, enmarca la profunda crisis democrática.

Desde otras acciones de juntanza, y con la creación de colectivos juveniles contestatarios, la participación política ha ido configurando el compromiso, como herramienta de transformación y de conquista, frente a la lucha contra la injusticia normalizada de este país. El llamado a actuar a partir de la inconformidad y de la necesidad de cambios concretos sobre el público joven, ha logrado que uno de los mecanismos más recurrentes para el debate sean las asambleas de juventud. Estas son descritas como “[…] escenarios de socialización, consulta y rendición de cuentas de las acciones realizadas por los consejos de la juventud en relación con las agendas territoriales de las juventudes” (Garzón. 2018, p. 214). Las asambleas son espacios de escucha colectiva, oportunidades de encuentro para desahogos sociales y un medio para la búsqueda de nuevos rumbos de incidencia. Este mecanismo de participación ha mutado de ser una herramienta de participación política institucionalizada, a ser un modo de encuentro frente al inconformismo y la incertidumbre de lo que significa ser joven en Colombia. Las asambleas también se han convertido en herramientas barriales, universitarias y colectivas, que permiten la intervención mediante el debate.

Foto: Daniel Mora

Por último, teniendo las elecciones presidenciales a la vuelta de la esquina, es menester señalar que el voto es uno de los mecanismos fundamentales de participación democrática. Un voto profundamente consciente, informado y problematizado, puede permitir la apertura de escenarios que propendan realmente por los derechos y las políticas públicas que, como jóvenes y como país, necesitamos tanto. Claramente hemos señalado que no se trata de la única forma de participar, pero esta en particular, es quizás la más urgente por atender en los años venideros.

Reflexiones finales

A lo largo de este artículo hemos sostenido que la participación democrática se presenta de múltiples maneras, y que gracias al impulso del Paro nacional, hay una efervescencia en los modos de participación e incidencia. La tarea implica mantener este impulso y deseo de cambio en la cotidianidad, seguir apostándole a los “parches”, colectivos y agrupaciones de debate y acciones colectivas, pues son estos espacios los que nos permitirán contar nuestra versión de la historia y sentar las bases de nuestro futuro.

Es necesario tomarnos estos espacios y hacer contrapeso desde el debate y las transformaciones que se pueden ejercer con lo discursivo, pues las repercusiones de las palabras y los pensamientos, moldean la realidad que estamos viviendo como país. Es imprescindible levantar nuestra voz, nuestros cuerpos y nuestras palabras, para exaltar nuevas ideas y formas de participación. Debemos también comenzar a entender que hay ruinas en nuestro sistema de gobierno, y en ello, una “[…] voz […] moribunda, acostumbrada al homenaje y a la obediencia” (García, 1976. P. 129) que quiere limitar nuestro proceder. La posibilidad de un cambio comienza a gestarse ahora, en nuestras decisiones y en nuestro criterio de selección. Que sea esta reflexión, una invitación al cambio.

Foto portada: Mauricio Espitia.

No.-103-Revista-Cien-Dias

Catalina Betancourt

Profesional en Estudios Literarios de la Pontificia Universidad Javeriana con énfasis en Investigación. Integrante del semillero de juventudes de la Red Juvenil Ignaciana.

Correo electrónico: catalinabetancourtg@gmail.com

Samuel Esteban Sabogal

Profesional en Estudios Literarios de la Pontificia Universidad Javeriana con énfasis en Investigación y Gestión Editorial. Miembro de la Red de Creación Intercultural del Centro de Estudios eco críticos de la Pontificia Universidad Javeriana. Socio Profesional de la Fundación Tomás Rueda Vargas y ex miembro del medio de difusión digital El Balcón (@elbalconcultura en Instagram). Integrante del semillero de juventudes de la Red Juvenil Ignaciana.

Correo electrónico: samsabogalb@gmail.com

Escriba aquí su comentario