Cien Días vistos por Cinep/PPP
|
“Tengo miedo de salir a la calle”. “Cuando nos hicieron el paseo millonario, quedamos traumatizados. Hace días no puedo dormir y si sueño vuelvo a lo mismo”. “No soporto las noticias donde no se sabe qué es verdad y qué es mentira”. “Veía en el río los cadáveres flotando”. “Aprende uno a conocer qué grupo fue el asesino por la forma en que estaban los cuerpos”. “Yo vi cómo jugaban fútbol con las cabezas de los muertos, desde ese día me enfermé”. “Anoche mi Cali parecía la guerra de Siria”. “Estar en esas calles era como estar en el infierno y todo el mundo sabe, pero nadie hace nada”. “Acá hay que sobrevivir y estamos en el sálvese quien pueda”. “Le digo a mi hija que lo mejor es que se vaya del país” …
EDICIÓN 108 MAY-AGO 2023Por: Sofía Uribe Arbeláez
Es un hecho: la realidad de la violencia nos implica a todos. Por esto, el presente artículo parte del psicoanálisis para proponer una ruta destinada a identificar algunos de los malestares presentes en nuestro país, cuya comprensión puede contribuir a la resolución de cuanto nos aqueja.
En el acápite Cultura, violencia y clínica, se destaca qué parte de lo que se escucha en los consultorios tiene que ver con la violencia del país. El analista no solo tiene que trabajar estos contenidos con sus pacientes y consigo mismo, sino que, cada vez más, se siente impelido a ir más allá de los muros de su consulta, lo que será abordado en un segundo momento.
El siguiente acápite Lo vincular y su importancia en la génesis de lo humano aborda que lo individual es plural, como modo de tejer puentes entre la labor clínica y la del psicoanalista en el campo social. Los vínculos presentan vicisitudes, que son el preámbulo para la parte final del texto, donde se detectan algunos de los elementos que, parafraseando a Freud, constituyen nuestro malestar en la cultura: lo presente pero ausente en la historia del país, confusión y pensamiento, la capacidad para vivir desde la diferencia y el referido a la necesidad de asumir la ley, sin regirse por del propio deseo.
Identificar, prevenir, intervenir y poder pensar significa estar mejor equipados para el triunfo de la vida en medio de nuestras situaciones adversas.
Cultura, violencia y clínica
Cada vez con más frecuencia, en el mundo privado del consultorio psicoanalítico, el discurso de los pacientes alude a esas realidades de violencia, destrucción, miedo y desesperanza en las que estamos inmersos como país. El sufrimiento social se encarna en el individual y ambos hacen parte de lo que se asocia a los síntomas, a los duelos, al malestar en diversas manifestaciones, a la batalla por el desahogo de los sentimientos que el contexto suscita y a la lucha por la esperanza en medio de situaciones adversas.
Colombia es más que eso y de ello también da cuenta la narrativa de los pacientes, lo cual significa en muchos casos, recorrer la geografía emocional de buenos recuerdos, con rostros, nombres, historias, olores y sabores. Existen luces de bienestar y no solo sombras de malestares. Siguiendo las ideas de psicoanalistas como Donald Winnicott y José Bleger, la estabilidad del ambiente proporciona una sensación de continuidad y seguridad que permite el despliegue de la vida. Suele no percibirse, hasta cuando se rompe. La inseguridad en las ciudades, las masacres, las extorsiones y otros hechos claramente lo desgarran, generando angustia y es entonces cuando emergen malestares diversos que deben ser atendidos y trabajados para que en medio de la disputa entre lo destructivo y lo constructivo, las fuerzas se inclinen en favor de la vida.
“Toda psicología individual es una psicología social y viceversa”, señaló Freud (1921) en Psicología de las masas y análisis del Yo. Y luego en El malestar en la cultura (1930) demostró que si bien esta es un espacio necesario de contención para que la vida humana se haga posible, pertenecer a ella implica ciertas renuncias. De allí que exista ese malestar, cuya única salida hacia las negociaciones entre deseos y normas sea la creatividad. Cualquier orden social implica una pugna frente al libre devenir de las pulsiones[1]. Y cuánto más, cuando se trata de un orden fragmentado donde la violencia y la destrucción del otro parecen, muchas veces, superar los tejidos de confianza que sostienen y favorecen el despliegue de la existencia.
En el escenario clínico, durante el trabajo con el ser humano que sufre, hay unos modos de proceder desde la relación paciente-analista que van permitiendo lo que se conoce como “la cura analítica”. Cada caso es único y, en el marco de la confidencialidad, se abre un camino para el ser y el predominio de la vida que no figurará en ninguna estadística, pues se trata de una labor modesta, constante y privada. Igualmente, el que tantas personas aludan a los dolores sociales invita a quienes ejercemos el psicoanálisis, a otro tipo de reflexiones, que trasciendan el consultorio.
Más allá del consultorio
¿Puede la teoría psicoanalítica aportar a la construcción de la cultura? ¿Más allá del consultorio hay algo qué proponer? Como método de investigación, el psicoanálisis puede entrar, sin duda, en el diálogo sobre los temas que nos aquejan como colectivo y construir con otras disciplinas, aportando desde la dimensión del inconsciente y del ámbito intersubjetivo que le es propio, en medio de los grupos que habitamos. Como ejercicio de psicoanálisis aplicado, es viable usar conceptos de la teoría para dilucidar elementos de análisis de los fenómenos sociales. Y revirtiendo el orden de la terapia, yendo desde los efectos hacia las causas, es posible hacer prevención en salud mental para beneficio de los sujetos y de los respectivos grupos, tocando así la construcción misma de cultura, que se agencia desde las distintas instituciones, comenzando con las familias.[2] Allí donde se provoca el pensamiento está el aporte del psicoanálisis. En cualquier caso, la base está en evidenciar que somos nuestras relaciones y desde ellas se produce subjetividad; luego es posible incidir en procesos de transformación para que la existencia sea sostenida y desde allí pueda ser desarrollada, lo que es distinto de la dinámica de la violencia que, al triunfar sobre la vida, desvincula, corta, inmoviliza o destruye.
Lo vincular y su importancia en la génesis de lo humano
La palabra vínculo alude, según el diccionario de nuestra lengua, a la unión de una persona o cosa con otra. En el mundo psicoanalítico se subraya que el vínculo es una ligadura que tiñe de afecto esa unión y que da origen a modos y funciones. En últimas, por fuera de los vínculos, la vida no es posible, ya que esta es una realidad relacional que mantiene las dinámicas que le son propias.
René Käes, psicoanalista francés, fue claro en afirmar la indiscernibidad del sujeto individual y plural (2009). La realidad psíquica se origina en esos encuentros entre sujetos que, al cargarse de afectos, se vuelven vinculantes. Existen múltiples vínculos con sus diferentes límites y posibilidades a lo largo de la vida, por lo que tanto la repetición como la diferencia son alternativas viables. Existen unos modos de acoplamiento inconsciente entre los sujetos y sus grupos, por lo cual habla de unos funcionamientos intersubjetivos que zanjan la división por territorios y entre lo individual y lo social. Los dos ámbitos se mezclan todo el tiempo produciendo subjetividad y el cambio de alguien en un grupo tiene efectos sobre este. Si somos “sujetos de grupo”, habitar Colombia no es un anexo a nuestro ser, sino que es parte integral del mismo. Por eso, si somos Colombia, es posible pensarla desde nosotros, como sujetos de psicoanálisis, ya que no se trata de un objeto externo de estudio, sino que, si bien es irreductible a lo personal, nos es constituyente. Ese puede ser el aporte del elemento “psico” en el diálogo sobre las luces y sombras del país.
Lo vincular antecede. Es la génesis de lo humano, entendido como realidad biológica, social y psicológica. No permanece estático, por lo cual el tiempo y la latitud en que se vive marcan a cada generación. De hecho, hoy asistimos a la configuración de nuevas subjetividades, inimaginables tanto en el siglo XIX como en el siglo IV. Hay trasmisiones y continuidades, también hay cambios y cortes respecto de elementos del pasado. Por eso, pensar a Colombia como sujeto de psicoanálisis con su multiplicidad vincular, trae una mirada de esperanza. En nuestros vínculos nos co-construimos, nos enfermamos, nos sanamos, nos repetimos, innovamos y podemos ir hacia nuevas fronteras posibles.
Los elementos que se explican a continuación permiten comprender algunos de los malestares presentes, se basan en esta esperanza y van a articular ejercicios de psicoanálisis aplicado, con la identificación de aspectos a prevenir, de cara a esas transformaciones posibles.
Lo presente pero ausente en la historia del país
Doris Salcedo, artista plástica, hace años nos propuso una instalación sobre lo sucedido en el Palacio de Justicia. En su fachada, durante unos días, lucieron suspendidas una serie de sillas de madera. Estas sillas que, a modo de escultura hecha con elementos completamente cotidianos, nos invitaban a representar la pérdida y la ausencia de quienes solían ocuparlas: los magistrados víctimas del Palacio de Justicia y muchos de sus colaboradores también asesinados.
Hay elementos ausentes, negativos, que hay que representar personal y socialmente para poder procesar duelos que, de otro modo, permanecen enquistados deteniendo el desarrollo de los sujetos. Lo que no está, deja una huella que puede ser como una especie de agujero negro que convoca hacia adentro, debilitando la vida y los múltiples vínculos posibles que la sustentan. Cuando es grande y aterrador, pero silente, devora la esperanza e, incluso, el deseo de desear. Por eso, se necesita procesar esos aspectos negativos de nuestra historia para evitar que se trague lentamente el deseo por la vida personal y colectiva.
Un cierto desafecto frente a la historia del país podría tener que ver con esos efectos de lo negativo, no procesado. Queda el vacío, el no saber, o bien, el desconocer lo que se sabe y no se quiere aceptar como parte de la realidad. Sin afecto, se va perdiendo la sensación de que la vida tiene un sentido y, por tanto, la esperanza y la ilusión de vivir. Por ello, priman la carencia, lo inútil y lo inmediato.
André Green, psicoanalista francés, desde el psicoanálisis contemporáneo, insiste en que eso no representado, es decir, existente pero ausente, deja una marca (1999). A esto se le llama “La clínica de lo negativo”. Si no se puede procesar, va a favorecer el predominio de la muerte sobre la vida, en términos de no cargar afectivamente a otros, a sí mismo o al mundo. Por ello, se da una desvinculación, que sería lo contrario de la unión, que es lo que funda y sostiene la vida.
Los seres, las seguridades, las creencias que nos ha arrebatado la barbarie han de ser pensadas. Estuvieron y ya no están. Dejan un vacío que puede ser llenado con más muerte o con vida, solo si se duela eso que se tuvo y que se ha perdido. El duelo social es muy importante para avanzar. Tanto es así que, por ejemplo, Nelson Mandela en Suráfrica, usó la televisión de manera ininterrumpida durante varios días para que las víctimas de los horrores del apartheid pudieran ser visibilizadas, conocidas sus historias, reconocido su sufrimiento y que pudieran ser acompañadas por la nación entera. Sin eso, la integración de las etnias del país, de cara a una convivencia, no habría sido posible. Entre nosotros, el trabajo de la Comisión de la Verdad también apunta a ese reconocimiento para que las atrocidades no se repitan y para que tantas ausencias tengan dolientes. Para que no se vuelvan algo tácito que, trágicamente, provoque apatía ante Colombia y, por tanto, la alexitimia o imposibilidad de reconocer y describir lo que se siente, y en ultimas, la desesperanza más grande que consiste en el deseo de no desear.
No saber leer los afectos incide en el deterioro del pensamiento, puesto que pensar en psicoanálisis es vincular ideas con afectos y poder darles un sentido a las experiencias. Un síntoma que evidenció esta alexitimia fue la medición de hace algunos años sobre la felicidad. (Encuesta nacional de Salud Mental de Colombia, 2015). Nuestro país fue destacado como el más feliz del mundo. ¿Cómo pudo eso ser posible? Porque no se leen adecuadamente sentimientos como la tristeza y si no se identifican, no se reconocen, quedando escindidos y siendo evidente solo la alegría. Un síntoma que enmascara un funcionamiento preocupante.
Directa o indirectamente lo que ha pasado nos afecta a todos. Hacer un duelo por las ideas del mundo que se han roto con la violencia, por la seguridad que no se tiene, por la sensación de confianza institucional que está herida y, sobre todo, por los seres humanos víctimas, con sus vidas truncadas, es un camino muy triste, pero preferible a que todo se olvide. Si se ignora esta dura realidad, queda configurada como la suma de aspectos negativos en el entramaje psíquico social, que lentamente devora la capacidad de armar red y de volver a co-construir.
Cuando en las escuelas se hicieron talleres sobre lo dicho por la Comisión de la Verdad, por ejemplo, o cuando los artistas, docentes, abogados, sacerdotes, politólogos u otros nos invitan a acoger lo difícil de ver, se está trabajando para que lo negativo se represente y se hagan duelos. Como psicoanalistas, cuando estamos comprometidos con el contexto que habitamos, hacemos visible, audible, sensible y, por tanto, objeto de pensamiento, eso que, si se deja quieto, solo traería más muerte. Aquí hay una acción clara para intervenir, previniendo futuros sufrimientos.
El psicólogo social y jesuita, Ignacio Martín-Baró, cuyo pensamiento es vigente y urgente, nos invita a que como psicólogos comprendamos la necesidad de pensarnos como profesionales desde Latinoamérica. Pudiéramos decir que su trabajo nos movió a ver el contexto, como un aspecto presente para ser reflexionado y enriquecer nuestro quehacer. Siguiendo sus ideas, Mauricio Llorens, psicólogo clínico y social de Venezuela, señala que no nos es posible ignorar la pobreza, la polarización política y la violencia social que ha marcado la historia de nuestros países latinoamericanos (2015). Él reconoce que lo apolítico no existe, puesto que nada humano escapa de esa área, aún si en la clínica no hablamos de estos temas o de religión, con fines de proselitismo. El simple hecho de hacer consulta en un día de paros o marchas, el lugar donde se tiene el consultorio y el locus social que este entorno presenta son ya lenguajes políticos y de poder que están en la relación con los pacientes, pese a nuestra neutralidad. Ver esto es mejor que ignorarlo, pues podría ser un necesario objeto de análisis. Por tanto, si estamos llamados a ayudar a pensar, es imperativo empezar por nosotros mismos, siendo conscientes de la influencia del contexto en nuestra praxis diaria.
Confusión y pensamiento
Existe la pornografía, la llamada “porno-miseria” y me voy a permitir introducir el término de la “porno-información”. Me refiero a la cantidad de información que de forma amarillista bombardea desde los espacios televisivos o en las redes. Imágenes que rompen el límite entre lo público y lo privado, la especulación que atenta contra el análisis, la masividad de afectos que todo ello mueve y que inundan al espectador, quien muchas veces queda aplastado con la pretensión voraz de estar informado. Lo paradójico es que muchas veces, “menos es más”, puesto que este bombardeo y cierta narrativa “porno” confunden y no dejan pensar. Sin pensamiento, nos desmentalizamos y actuamos por estimulo – respuesta, de modos concretos, nada elaborados, que distorsionan la realidad de los hechos y que son facilitadores de la violencia. Se tiende a evacuar impulsivamente, es decir, sin pensamiento, eso que inunda, lo cual replica y multiplica la violencia.
La confusión también se expulsa, se descarga generalmente en forma de palabras que no significan nada. En forma de etiquetas y frases hechas por otros que, al repetirse, parecen ir convirtiéndose en ciertas. En accesos de ira. En afecciones psicosomáticas y en fenómenos de intolerancia que son como “la punta del iceberg”que denuncia el trasfondo robusto de grandes malestares.
El psicoanalista húngaro, Sandor Ferenczi, describió la llamada “Confusión de lenguas”. Se trata de usar el nombre del amor para justificar las violencias perpetradas. En el abuso sexual, el adulto no respeta la diferencia entre generaciones para acceder al niño o niña como objeto sexual y se vale de distorsionar su percepción, generando confusión al decirle que lo hace porque lo ama, porque su relación es única y especial, con sentimientos más grandes que los que hay entre otras personas. El niño se confunde y luego, además del chantaje, intimidación, amenazas y demás, se sentirá culpable de lo sucedido y vivirá el asunto en silencio, por vergüenza y por miedo de que no le crean o pensando que, si lo devela, pasará algo terrible. De víctima pasa a victimaria en su interior, por la culpa que le es inoculada y por la confusión que le ha sido impuesta. Por eso, el abuso sexual es un ataque a la capacidad para pensar, implica maltrato psicológico y requiere siempre atención especializada.
Llevando estas ideas de Ferenzci al sujeto Colombia, es evidente el ataque a la capacidad de pensar que se proponen consciente o inconscientemente ciertos medios de comunicación, desde esa narrativa llamada “porno-infomación”. Se genera confusión, se introducen mentiras, se tergiversa la realidad para que el espectador quede confundido y sea más fácilmente manipulado. El otro elemento nítido de esta confusión de lenguas es que, al naturalizar la violencia, se echa la culpa a la víctima, y no al victimario, de los daños perpetrados. En vez de generar empatía y solidaridad hacia la víctima, se la rechaza y estigmatiza; se le dice que “dio papaya”, que es su culpa, que hizo mal en denunciar un atropello determinado y de esa manera, se le deja solo, por fuera del tejido vincular y de confianza, capaz de repararlo. Al contrario, las víctimas son revictimizadas. La niña violada y asesinada tenía la culpa porque era “una brincona”, culpa compartida con sus padres ineficientes. La persona que denuncia un acto de corrupción es mala porque es “un sapo”, “un lambón”. Quien fue asesinado por un grupo armado, “se lo buscó” … Y podríamos seguir citando ilustraciones de esta confusión que impide pensar y que perpetúa la cadena violenta.
¿Cómo en la vida cotidiana podemos evitar el inculpar a las víctimas? ¿Cómo usar las redes sociales adecuadamente, cuestionando el difundir cualquier tipo de mensaje, en especial los que siembran terror? ¿Cómo darse cuenta del poder que se tiene para elegir qué ver, qué leer, qué reproducir, en qué cantidad y sin sobre informarse? Hacerse estas preguntas puede servir como estrategia encaminada a poner diques de contención a esta “porno-información” y facilitar el pensamiento. En este sentido, es importante aceptar que el problema radica en creer erróneamente que controlamos el flujo de información, lo cual no es completamente cierto. Lo que se nos cuenta viene predeterminado por decisiones de los productores, creadores de contenido, directores de medios e incluso a través de los algoritmos que privilegian cierta información frente a otra. Ante esto, la estimulación a tener una postura propia, auténtica, parte de la familia, de las aulas de clase, así como la posibilidad de aceptar la realidad sin exageraciones o banalizaciones, lo que implicaría facilitar el procesamiento de lo que se vive. Educar en la constatación de la realidad como algo complejo previene la violencia desencadenada por el maniqueísmo. La complejidad invita a la pausa, para ir comprendiendo lo difícil, sin los miedos que empujan a salir de las confusiones inducidas, acudiendo a medidas reduccionistas. La historia es clara en mostrar a qué extremos de barbarie pueden llegar los grupos humanos manipulados, cuando han sido desinformados y conducidos desde el miedo. Suelen unirse para destruir y matar a otros, tal como los abusadores sexuales, desde el supuesto de estar haciendo un bien a quien en realidad están dañando profundamente.
La capacidad para vivir desde la diferencia
El problema del mal ha sido abordado por filósofos, teólogos, sociólogos, etc. Desde el punto de vista psicoanalítico, André Green sitúa el mal cuando el otro ya no es sujeto ante los ojos de su semejante (1999). Así lo deslegitima, lo ve como una cosa y, por tanto, puede hacer con ella lo que le plazca. El mal reside en la incapacidad para la alteridad, es decir, para ver al diferente como sujeto humano, en iguales condiciones de dignidad y de legitimidad.
Al contrario, la capacidad de reconocer y acoger la alteridad se desarrolla desde el psiquismo infantil y las vicisitudes experimentadas en los vínculos tempranos. Parte de una madre o cuidador que hace sus veces, que permite que el bebé sea y vaya siendo, que no lo aplasta, que lo ama en una distancia sana, en un ir y venir, necesario para el encuentro y la separación que diferencia. Si hay una coerción que limita al otro en su despliegue, si hay mucha carencia afectiva o unas prácticas de abandono o de violencia, se hiere el narcisismo de forma grave, haciéndose muy difícil captar al otro como diferente de sí mismo, con el derecho de ser, de coexistir y de contar con una perspectiva de mundo distinta. Del reconocimiento de la alteridad nace también la empatía, la valoración de las necesidades ajenas, la consideración y el cuidado por el otro, así como la aceptación del reto de hacer de la diferencia, una ocasión de crecimiento mutuo.
Un criterio de salud mental es el reconocimiento de esta alteridad, que ve al otro como otro, diferente de sí mismo y por ello, fuente de riqueza, de contraste, de conflicto[3] y, sobre todo, de asombro. Vivir en la alteridad sin intentar suprimirla es justamente a lo que alude esa característica de la salud mental. En los vínculos sanos, supone el respeto por el otro y por sí mismo. En la vida colectiva permite que no se desbarate simbólica o materialmente al que piensa distinto, al que tiene una valorativa que no se comparte, pero que por ello no merece morir.
La democracia, como posibilidad de abarcar muchas voces distintas respecto del orden social, político y del mundo en general, tendría como implícita esta capacidad de alteridad. Nada más miedoso que un grupo en el que todos vean las cosas igual, pues lo homogéneo denuncia miedo, paranoia, adaptación engañosa o falta de pensamiento. Conviene que exista la oposición, el desacuerdo, el debate y no la imposición de una forma de pensamiento único, que acaba en una dictadura, y sabemos que sea esta, de Derecha o de Izquierda es funesta, porque aniquila el colorido de lo humano. Stalin y Pinochet son mucho más parecidos de lo que suele verse.
Los psicoanalistas argentinos han acuñado el término “ajenidad” para referirse a estos asuntos. Es muy importante admitir que el otro, amado o extraño, es distinto y ajeno a mí. El derecho a la ajenidad, parte de volver a la pregunta por el otro y no suponerlo, lo que lleva a relacionarse más con la idea del otro, que con lo que este es y va siendo. El derecho a la ajenidad significa darle al otro, a quien nunca conoceré totalmente, la capacidad de asombrarme y de sorprenderme, así como la potestad de cambiar y de aportar algo novedoso.
La pérdida del derecho a la ajenidad se palpa de manera notoria en tiempos electorales. Alguien da por hecho que su interlocutor, cercano o extraño, tiene la misma preferencia en cuanto al candidato. Si es un ser amado, que sea miembro de otro partido político o siga a un candidato distinto, se vive como una traición a cierto contrato de filiación que vincula a las partes como pareja, familia, amigos, etc. Si es un extraño, ni se plantea la pregunta y se lanzan discursos proselitistas, sin considerar si el otro estará de acuerdo o si verá las cosas de forma diferente. Cuando se constata lo segundo, puede retrocederse con respeto, situando la no concordancia, sin que ello comprometa negativamente la relación. Eso sería lo ideal. Pero muchas veces se entra en una campaña de adoctrinamiento, porque es la ignorancia o la psicopatología del otro la causa única que hace que piense así y esto puede ser corregido. O puede buscarse la supresión de ese discurso del otro con cualquier recurso posible. En casos extremos, la diferencia entre personas y colectivos ha sido sancionada con la persecución, la exclusión, la tortura, la discriminación o la muerte.
En las pasadas elecciones a la presidencia de la república, surgió una iniciativa interesante para salir de la polarización que vincula ciegamente al nombre de un candidato. En vez depronunciarlo, desatando conflictos de lealtades, filias y fobias, se generó un instrumento con una serie de preguntas que permitían a quien respondía identificar su postura frente a temas sociales, económicos, de pactos entre grupos, sobre educación y costumbres. Al final, con base en sus respuestas, se le situaba en un espectro que contemplaba desde la Izquierda hasta la ultraderecha, pasando por los centros y por puntos intermedios. De acuerdo con eso, muchos se sorprendían porque su ubicación no correspondía con el candidato al que airadamente defendían. Aprovechando esa discrepancia se podía desglosar la propuesta política como un modelo de comprensión del mundo y de las relaciones con implicaciones económicas y de desarrollo. Se podía desmitificar el nombre de los candidatos y empoderar la perspectiva propia, las valorativas distintas, para pasar desde allí a una elección más libre, más propia, con menos fanatismo y propaganda mental.
Trabajar en modos de relación que permitan la pregunta por el otro, más que la suposición del mismo, es una tarea urgente. La escucha del que piensa distinto como interlocutor legítimo, así no sea posible un consenso, el habitar vínculos que no ahoguen, sino que dejen ser y se permitan sorprenderse con las novedades del otro es, sin duda, trabajar por la convivencia pacífica. Solo de esta forma pueden superarse los maniqueísmos: buenos y malos, donde los malos no son como yo, ni como el grupo que piensa y vive como yo. Esta mirada de la vida es la que entroniza la violencia en el intercambio social. Y si bien el conflicto siempre estará presente en la existencia, no necesariamente su modo de gestión es borrar al otro por ser diferente.
La ley sí, pero no la del propio deseo
Se escucha a menudo que en Colombia reinan los mecanismos psicopáticos y que allí está la raíz del problema. Hay cosas contradictorias que coexisten sin afectarse y escinden a las personas. La falta de límites marca negativamente el desarrollo individual. Características como la intolerancia a la frustración, la imposibilidad de postergar la satisfacción de los deseos individuales, el sentido omnipotente que busca manejarlo todo al modo individual y el no poder inscribir que la vida se desenvuelve dentro de un principio de realidad, se juegan del lado de diversas formas de perversión, donde efectivamente se conoce la ley, pero no se la apropia, ni se la acata.
“El vivo vive del bobo”, el “todo vale”, “hacer caso es de tontos” y “el problema está en ser pillado y no en cometer la trasgresión” son frases que plasman la corrupción y la heteronomía, como ejemplos de esa carencia de ley. Robar es ser más fuerte y, en algunos contextos, admirado. Maltratar a un vulnerable es conjurar las propias angustias de inferioridad inconscientes, al “triunfar” sobre ese otro, disfrazando las propias inseguridades. Sobornar a un funcionario es aliarse en un distorsionado “gana-gana” para ser más que el sistema. En un espectro que va de menos a más, se resiente en un extremo la ausencia de culpa por el daño que se causa, precisamente por ver al otro como cosa no digna de cuidado, consideración y respeto y se instaura una lógica de vincularse para usar, explotar, dominar, aterrorizar, controlar, pasar por encima y luego botar a ese otro, habiéndole impuesto la ley del propio deseo. Esta es una lógica perversa, psicopática que confunde, pretendiendo convertir lo abyecto en virtud, al mejor estilo del marqués de Sade.
Wilfred Bion, psicoanalista británico, postuló un tipo de vínculo que recoge las características mencionadas: el vínculo parasitario, donde “A” devora, parasita y explota a “B”, siendo lo vinculante la mentira, la confusión, la envidia y el odio en vez del amor, la búsqueda de la verdad y el conocimiento.
Lo destructivo toma el comando y, para que se restituya la vida, se requiere de la intervención de un tercero, que al modo de la función subjetivante ejercida por el padre, separe a “A” y “B”, poniendo fin a la dinámica de muerte establecida entre ellos.
¿Quiénes podemos jugar como esos terceros en la cultura? Los que sabemos que existen distintas alianzas perversas y queremos identificarlas para propositivamente no participar de ellas. Claramente, las instituciones diversas que saben de las heridas de credibilidad que han infringido aceptan estos hechos y quieren reparar, reconstruyendo el tejido base de la sociedad, que es la confianza.
Educar en el sano realismo, en la aceptación de límites, en la complejidad que descarte el maniqueísmo y en la tolerancia a la frustración genera no solo la madurez emocional que propicia encuentros desde la alteridad, sino el desarrollo de una autonomía genuina, donde se hace propia la norma que plasma un pacto social vigente porque se reconoce que esta ley colectiva busca garantizar la vida propia y la de los demás. Y desde esas garantías mínimas para que la vida prevalezca, la ley también permite tratar al otro como semejante, como se quiere ser tratado, para poder desplegar el deseo y la pasión por la construcción personal y colectiva de ciertas utopías que nos impulsan hacia lo mejor en cada contexto.
Si alguien me objetara que el reconocimiento previo de los conflictos y las diferencias, de su inevitabilidad y su conveniencia, arriesgaría a paralizar en nosotros la decisión y el entusiasmo por una sociedad más justa, organizada y racional, yo le replicaría que para mí una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos. De reconocerlos y de contenerlos. De vivir, no a pesar de ellos, sino productiva e inteligentemente en ellos. Que solo un pueblo escéptico sobre la fiesta de la guerra, y maduro para el conflicto, es un pueblo maduro para la paz.
Estanislao Zuleta
Referencias
Green, A. (1999). Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Amorrortu editores.
Grob. (1991.) From Asylum to Community: Mental Health Police in Modern America.
Llorens, M. (2015). Psicoterapia políticamente reflexiva: hacia una técnica contextualizada. Editorial Equinoccio.
Freud, S. (1921). Psicología de las masas y análisis del Yo. Amorrortu editores.
Käes, R. (2009). La realidad psíquica del vínculo. Revista de la AIPCF, 2.
Zuleta, E. (1988). Sobre el porqué de la guerra. Revista La Cábala, 11.
[1] La pulsión, como uno de los conceptos fundamentales del psicoanálisis, alude a un puente entre biología y psicología. Es más que un instinto. Es la fantasía, la configuración de objetos de deseo y de conflictos anudados al mismo. Es lo humano, a diferencia de lo animal. Un animal tiene hambre y come. El humano puede elegir y fantasear con qué tipo de alimento desea, o incluso abstenerse de ello por razones estéticas, por ejemplo.
[2] Según Gaston Bachelard hay varias ciencias, por ejemplo, la química, que razonan a partir de los efectos. La psicología también tiene un cariz retrospectivo: En el trabajo de promoción y prevención construye una cultura material donde se reconfiguran las categorías de salud y enfermedad mental.
[3] El conflicto hace parte de la vida y solo la salida violenta frente a este, es lo que resulta destructivo.
Sofía Uribe Arbeláez
Psicóloga. Magistra en Psicología Social Comunitaria, Pontificia Universidad Javeriana. Psicoanalista y Miembro Titular de la Sociedad Colombiana de Psicoanálisis, IPA.