Por Ketler Lysius, S.J.
Desde su atípica fundación en 1804, hace ya dos siglos y 18 años, Haití ha vivido crisis recurrentes. Sin embargo, la más profunda, que data de hace varias décadas, alcanza ahora dimensiones inimaginables, especialmente durante los dos últimos años. Tenemos la impresión de estar en un caos total y en el fondo de un abismo del que no se ve ninguna salida. La incertidumbre y el sufrimiento parecen alejar toda esperanza. Nuestra nación se desmorona lentamente, y con ella, nuestras instituciones y los valores fundamentales en los que se basa nuestra existencia colectiva. La crisis es alarmante, y el empobrecimiento de la mayor parte de su población no cesa.
La presente reflexión aporta una mirada sobre la grave crisis haitiana a niveles socio-político-económico y sismo-ecológico, con el fin de ayudar al mundo hispánico a entender la cada vez más compleja situación de este pequeño país que aportó a la historia de la humanidad un cambio en la comprensión del ser humano, incluyendo sus derechos, libertad y dignidad.
Algunas dimensiones de la crisis
En su libro La crise haïtienne contemporaine, Leslie F. Manigat plantea que la situación en la que se encontraba el país en los años noventa, era el resultado de tres crisis distintas y entrelazadas: una crisis política derivada del proceso de democratización, una crisis del proceso de modernización y una crisis de supervivencia (Manigat, 1995). Y así, es posible que lo que él ve como crisis separadas, sean elementos de una sola crisis que tiene la corrupción en su núcleo (Jabouin, 2020). De hecho, presenciamos un largo proceso de degradación, al que han contribuido los haitianos en general, y cada dirigente político corrupto en particular, con la silenciosa complicidad de la comunidad internacional.
Crisis política
La crisis haitiana tiene una profunda dimensión política. Es lo que Alain Gilles (2008) denomina una violencia instrumental, es decir, un conjunto de medios para fines políticos, económicos, sociales e individuales. Después de dos años de turbulencias electorales, Jovenel Moïse llegó como presidente desde un parapente, patrocinado por su mentor, Michel Martelly, expresidente (2011-2016). Desde entonces, el país ha vivido fuertes tensiones políticas. En julio de 2018, cuando a la frustración popular por la pérdida de un partido de fútbol, Brasil contra Bélgica, se sumó el anuncio de un drástico aumento en el precio de la gasolina, irrumpió el caos en la capital, con manifestaciones violentas, algunas personas armadas, y quema de empresas, supermercados, coches, etc. A partir de este momento, la oposición empezó a dar un tirón de orejas al gobierno de Moïse. Un año después, de octubre a diciembre de 2019, el país vivió una huelga general de peyi lòk (Paro en Puerto Príncipe), bajo la dirección de la incompetente oposición política. Por tanto, la crisis política se evidencia en la pérdida cada vez mayor por parte del Estado, del control territorial en la capital, donde grupos armados ilegales, que funcionan como pandillas barriales, pero con una estructura organizacional dada por alianzas entre ellas, desafían a la policía y ocupan esos espacios.
Desde enero de 2020 se ha debilitado aún más el Estado de Derecho, y no se puede hablar de democracia. La clase política, gangrenada por intereses mezquinos, es incapaz de centrarse en lo que es realmente necesario para el desarrollo del país, mientras que la población es abandonada a su suerte. Basta mirar las cifras de homicidios, 467 personas, y secuestros 949, en el período 2020-2021 (CARDH, Centre d’analyse et de recherche en Droit de l’homme, 2021; CE-JILAP, Comisión Episcopal de Justicia y de Paz, 2020). Este clima de malestar social y político, hizo que la población clamara por la renuncia del presidente, quien contando con el apoyo del Core GruP1El Core Grup está conformado por el embajador de cada una de estas seis potencias extranjeras: Estados Unidos, Alemania, Brasil, España, Francia, Canadá, y por representantes especiales de la Unión Europea, de la ONU y de la OEA. Este grupo fue creado en el año 2000, como un grupo de países “amigos de Haití” que intervienen en tiempos de crisis., se aferró al poder.
En medio de turbulencias y manifestaciones, de casi todos los sectores sociales, y tras la caducidad del parlamento en enero de 2020, en lugar de renunciar o enfrentar los problemas sociales, como lo pedía la gente, el presidente prefirió organizar un referéndum, que a la postre, fue un acto arbitrario, inconstitucional y sin fundamento legal. Al mismo tiempo, comenzó la discusión en torno al fin del mandato del presidente. Había pues, dos posiciones según la interpretación del artículo 134-2 de la Constitución. La oposición y otros sectores, veían el final del mandato para el 7 de febrero de 2021, mientras que el partido de Gobierno, los países que forman el Core Grup, para el 7 de febrero de 2022. De esta manera, en febrero de 2021, la oposición nombró como presidente de la transición a Mécène Jean-Louis, un juez, miembro de la Corte de Casación desde 2011, pero no tuvo ninguna legitimidad ni aceptación popular.
Otro elemento a tener en cuenta en esta crisis es la renuncia del Primer Ministro, Joseph Joute, el 14 de abril de 2021, quien fue remplazado de manera interina por el entonces ministro de asuntos exteriores, Claude Joseph. Extrañamente, dos días antes de su asesinato, el Presidente Moïse nombró otro Primer Ministro, el reconocido neurólogo, Ariel Henry.
Jovenel Moïse fue asesinado el 7 de julio de 2021, dejando el problema de un primer ministro saliente, pero aún ejerciendo, y otro con carta de nombramiento, pero sin haberse posesionado.
El asesinato ocurrió, según el FBI, de la siguiente manera: un grupo de comandos con más de 20 colombianos, y otro grupo de haitianos y estadounidenses con doble nacionalidad, radicados en Haití, utilizando drones y granadas de mano, irrumpieron en la residencia de la pareja presidencial, alegando estar en una operación para la DEA. ¡Lo más inverosímil es que salvo la muerte de Moïse y las heridas a su esposa, nadie más salió herido del operativo! Si los colombianos fueron realmente los autores materiales, ¿quiénes son los autores intelectuales?
Desde entonces, la investigación continúa. ¿Cuándo se hará justicia a todas las víctimas, incluido el Presidente? Hay que decir que la justicia estadounidense, de acuerdo con la policía haitiana, a través de la DEA y el FBI, detuvo a tres principales sospechosos relacionados con este crimen. Se trata de Mario Antonio Palacios, un ex militar colombiano de 43 años, detenido en Jamaica y Panamá; de Rudolphe Jaar, narcotraficante condenado en Estados Unidos, informante de la DEA; y del empresario Samir Handal, detenido en Turquía.
Dos semanas después del asesinato, Ariel Henry hizo valer su nombramiento, y asumió como Primer Ministro, remodeló el gabinete ministerial en noviembre de 2021, dejando de lado al ex-primer Ministro Claude Joseph. En lugar de una apertura democrática, Henry ha concentrado todo el poder, con la complicidad de políticos de la antigua oposición a Moïse.
Crisis constitucional e institucional
Tras el asesinato del presidente Moïse, el país vivió una situación inédita, con los tres poderes del Estado disfuncionales, ya que el gobierno nunca ha podido organizar elecciones. Primero, el Parlamento está caduco y sólo tiene 10 senadores sobre 30, sin diputados. Segundo, el Tribunal de Casación tiene 6 jueces de 12, 3 de los cuales concluyeron su período el 17 de febrero. Ese mismo día, inconstitucionalmente, Ariel Henry, actual primer ministro, nombró 6 nuevos miembros del Consejo Superior del Poder Judicial.
De hecho, Henry tiene ahora todo el poder ejecutivo y judicial entre sus manos, ya que en noviembre pasado, había nombrado al ministro de la Justicia y de la Seguridad Pública. Tercero, el Ejecutivo está dirigido por un primer ministro interino (nombrado por Moïse, dos días antes de su asesinato). Lo peor, según el informe de la policía judicial, es que su nombre se relaciona con el asesinato del presidente, debido a varias llamadas telefónicas grabadas con un sospechoso llamado Joseph Félix Badio. Hasta la fecha, Henry no ha querido comparecer ante el tribunal, al menos para despejar cualquier duda.
Lo más difícil ahora es determinar cuándo termina el mandato del primer ministro nombrado por Moïse, lo cual debió suceder el 7 de febrero de 2022, independientemente del cálculo adoptado, esto es, 2016-2021 o 2017-2022. Desde la muerte de Moïse, el país ha conocido varios Acuerdos, para salir de la crisis: 1) Acuerdo de Montana (agosto de 2021, en un Hotel de Puerto Príncipe), que sería el más legítimo, por la amplia participación de casi todos los sectores políticos y sociales (418 organizaciones de la Sociedad Civil, 105 organizaciones populares, 85 partidos y movimientos políticos, y 313 personalidades). Este Acuerdo propuso la conformación de un Consejo Nacional de Transición. En el marco de la aplicación del Acuerdo de Montana, se eligió a Fritz Alphonse Jean, presidente de la transición, y a Steven Benoît, primer ministro, quienes no han sido reconocidos por Henry. 2) Acuerdo de Primature (septiembre de 2021), hecho por un pequeño grupo del gobierno actual. 3) Acuerdo de Louisiane (enero de 2022), principalmente de los haitianos en la diáspora, para impulsar el acuerdo de Montana.
Por su parte, Henry, quien optó por el Acuerdo de la Primature, que él mismo organizó, desconociendo los otros acuerdos, pues piden su renuncia, sigue afirmando que el próximo presidente será elegido libre y democráticamente por la mayoría del pueblo haitiano, pero ha dilatado el llamado a elecciones. Después de nueve meses, no ha presentado ningún proyecto de gobierno, mientras las condiciones de vida de la población siguen deteriorándose. El Estado, que no tiene autoridad, es incapaz de actuar contra la inseguridad y, en consecuencia, de preparar y organizar unas buenas elecciones generales. Tampoco ha querido dialogar con los actores del Acuerdo de Montana para llegar a un consenso y a una propuesta viable.
Crisis social
“Les criseurs” (los amos y guardianes del sistema) y los pirómanos de la República, ya sean esclavos mentales internos o colonos externos, saben que sus actos impúdicos tienen graves consecuencias sobre la vida de la población, especialmente la de los más pobres. Pero lo hacen sin miramiento alguno, porque quien disfruta de las brasas ardientes, no tendrá ninguna preocupación ni deseo de apagar el fuego. La compleja situación haitiana es una crisis social global y profunda, que afecta a todas las capas y esferas de la sociedad. Asistimos con dolor al desmoronamiento de las instituciones públicas, en particular las representativas, a la banalización de los valores fundamentales que hacen posible la convivencia, a la pérdida de puntos de referencia éticos, que se refleja en la penosa falta de respeto por el otro. Haití se está convirtiendo en un país de alto riesgo, en el que la inseguridad adquiere dimensiones increíbles en la capital, por la multiplicación de las bandas armadas, los secuestros, los asesinatos, etc. Todo ello se realiza a menudo con la complicidad de las más altas autoridades del Estado y de la comunidad internacional, ante la indiferencia y a veces la impotencia de la Policía Nacional.
Esta crisis ha provocado una fuga masiva de cerebros de la nación, un flujo migratorio galopante, en el que nuestros jóvenes y sus familias se ven humillados al tratar de huir de la violencia organizada, de la inestabilidad instrumental y de la mera supervivencia.
La Comisión Episcopal Nacional de Justicia y Paz, junto con la Comisión de Justicia y Paz de la Arquidiócesis de Puerto Príncipe y el Centro de análisis y estudios en Derechos Humanos, muestran que ante la violencia, estos se deterioran constante y considerablemente en Haití. El derecho a la seguridad se ha convertido en una quimera en el contexto en que las bandas operan y secuestran en todo el país, bloqueando a su antojo, la entrada sur de la capital y la distribución de combustible, provocando una disfunción social, y dejando al pueblo en una psicosis de miedo y viviendo condiciones atroces de miseria.
Crisis económica
Con la división de la isla en 1697, Haití estuvo bajo control francés hasta la Guerra de la Independencia que perdió Napoleón en 1804. Francia no logró restablecer su dominio sobre Haití, al cual terminó pidiéndole una indemnización de 150.000.000 de francos en 1825, creando una deuda que duró hasta la Segunda Guerra Mundial. Esta deuda tuvo, según afirma Simon Henochsberg, siguiendo a Thomas Piketty, un impacto originario en el subdesarrollo de Haití.
Al mismo tiempo, la corrupción corroe la vida pública haitiana y es una de las causas del empobrecimiento, como lo evidencia la falta de acceso a los derechos socioeconómicos. Esta realidad se ve reforzada por la impunidad y el vasallaje de las instituciones, y en particular, por el ya débil poder judicial y de los organismos de control. Y así, la situación se ve agravada, de una parte, por los secuestros en los que se pide un rescate de hasta un millón de dólares, y, de otra, por las tres últimas catástrofes naturales que padeció el país: el terremoto de 2010, el huracán de 2016 y el terremoto de 2021. Como consecuencia de ello, la tasa de inflación interanual alcanzó el 19,7% en octubre de 2021, frente al 13,1% de septiembre de 2020.
Observamos pues, entre otras cosas, la acumulación de déficits comerciales y presupuestarios en los últimos años, la malversación de fondos públicos y la institucionalización de la corrupción, etc. El país importa actualmente casi todo: tecnología, productos alimentarios (carne, pescado, leche), automóviles, medicamentos, tejidos, etc. Esto acelera el desequilibrio de la balanza de pagos, con sus múltiples consecuencias negativas, tanto a nivel micro como macroeconómico.
Muchos economistas han tratado de alertar sobre la crisis económica del país. Según Anomy Germain, la crisis política, la inseguridad, la escasez de combustible y la recesión económica, podrían provocar una catástrofe humanitaria en Haití, donde más del 40% de la población se encuentra ya en situación de vulnerabilidad económica. Kesnel Pharel cree que Haití está al borde de la quiebra total. “La economía haitiana ha crecido a una media superior al 2% anual durante los últimos tres años. Con un comienzo catastrófico del nuevo año fiscal 2021-2022, no se puede descartar un cuarto año consecutivo de contracción del producto interior bruto (PIB)”. Más adelante, Etzer Emile advierte que nos dirigimos a un cuarto año económico perdido, tras tres años consecutivos de crecimiento negativo. Las empresas, grandes, medianas y pequeñas, están al borde de la asfixia; los ingresos públicos se hunden y Haití sigue esperando un buen rendimiento económico.
Además, según los estudios de Thomas Lalime, en menos de 20 años, Haití ya ha perdido tres grandes oportunidades: las cooperativas, la gran generosidad internacional de la Comisión Interina de Reconstrucción de Haití (CIRH) tras el terremoto de 2010, y el programa PetroCaribe. Pero la gran pregunta es la siguiente: ¿se dirá la verdad sobre el despilfarro del fondo de PetroCaribe, que se considera un vasto escándalo de malversación y enriquecimiento ilícito, uso ineficiente de los fondos públicos y aumento en la carga del servicio de la deuda haitiana?
Crisis ambiental y sismo-ecológica
Haití está inmerso en una crisis socioeconómica e institucional, alimentada por la inestabilidad política y las catástrofes naturales mal-gestionadas. En efecto, junto a las crisis políticas, las catástrofes naturales son una de las principales causas del empobrecimiento en Haití.
En un artículo publicado en Le Nouvelliste de septiembre de 2021, según un estudio de la ONG alemana “Germanwatch”, Haití ocupa el tercer lugar en la clasificación de los 10 países más afectados por fenómenos meteorológicos extremos entre 1999 y 2018. Haití ha sufrido 78 acontecimientos durante este periodo. Entre esta larga lista están el terrible terremoto de 2010, el huracán Matthew en 2016 y el terremoto de 2021.
Según estudios de los geólogos Eric Calais y Claude Prépetit, Haití es un país atravesado por fallas muy largas y activas. De todas maneras, ante la devastación producida por un terremoto, es absurdo buscar culpables, pero es obligado preguntarse, ¿por qué un sismo de 7,3 grados en Haití (2010) mata a 250.000 personas, mientras que días después, un temblor, quinientas veces más potente, cobra “solo” 711 víctimas en Chile?; y ¿por qué en las catástrofes naturales, el número de muertos suele ser inversamente proporcional al PIB per cápita?
Los signos de esperanza
Una de las consecuencias de esta degradación, es probablemente la percepción negativa que algunas personas tienen de este país y de las personas que lo habitan. La rebelde Haití, que en sus mejores días, fue vista por los negros y los oprimidos de todo el mundo como un modelo, como un faro de libertad, es ahora denostada, señalada y vista por muchos, especialmente por sus vecinos caribeños, como un ejemplo que no se debe seguir. ¿Cómo es posible? ¿Cómo es que un país que ha ayudado a tantas naciones, como Estados Unidos, Venezuela, Colombia, Bolivia, Ecuador, República Democrática del Congo, Guinea, Israel e incluso Grecia, pase de ser una voz inspiradora para el “mundo negro”, a ser un ejemplo denigrante? Es difícil encontrar una explicación objetiva.
El pueblo haitiano no merece un trato tan cruel, cuando fue justamente él quien reivindicó la dignidad y los Derechos Humanos en 1511, con Antonio de Montesinos, y en contra de la deshumanización de los colonizadores. Fue él, quien, en 1804, puso fin a la humillación y mercantilización de la persona humana abriendo el camino de la libertad a las poblaciones afrodescendientes de Latinoamérica y del mundo. Y por último, fue él quien en 1885, con Anténor Firmin, proclamó la igualdad de las razas humanas, contra las tesis de los europeos (A. Gobineau, Voltaire, Bufon, Renan y Le Bon), que sostenían la desigualdad y la superioridad del hombre blanco.
Hoy, el país es víctima de los métodos y prácticas políticas, cuyas raíces son antiguas. Los políticos y la burguesía empresarial deben admitir su mal hacer y su complicidad en lo que está ocurriendo. Es necesario un esfuerzo colectivo para sacar al país de este estancamiento. Además, la Comunidad Internacional debe reconocer histórica y sinceramente, su injerencia en los asuntos del país. Tal vez sea una forma de seguir pidiendo a Haití que pague la deuda de la independencia, cuando humilló al ejército más poderoso de la época para presentar al mundo una nueva forma y práctica en la comprensión del ser humano, su dignidad y libertad. Creemos que el Estado debe establecer políticas públicas con rostro humano, que inspiren confianza y esperanza. También será necesario luchar por una verdadera reforma de la justicia sin parcialidad ni impunidad, y por una política con ética y nacionalismo que se traduzca en el bien común y en la solidaridad de los pueblos.
En contravía de la política del egoísmo que privilegia los intereses de los poderosos, como lo recuerda el Papa Francisco, la mejor política es la que busca el bien común y la realización del ser humano. Este enfoque nos desafía a pensar juntos algunas tareas importantes para este momento histórico, porque queremos un cambio positivo para el bien de todos nuestros hermanos y hermanas. Queremos un cambio que se enriquezca con el trabajo mancomunado de los actores, los movimientos populares y otras fuerzas vivas, para generar procesos de transformación que reflejen este proyecto de fraternidad y justicia que esperamos.
La hora es muy crítica. Pero es en medio de esta tragedia que debemos encontrar nuevas formas de estar en la realidad. Debemos resistir para re-existir como pueblo y campeón de la libertad. Al mismo tiempo, estas resistencia y re-existencia apelan ineludiblemente a la responsabilidad de todos los haitianos para luchar por una significación, un destino, y para vivir con dignidad. Por eso, un sincero diálogo es ineludible. Y esta noble y urgente causa no tendrá éxito sin contar con la inestimable ayuda de nuestros amigos, aliados y socios internacionales. Las becas y las fundaciones no serán suficientes. Necesitamos desesperadamente que los principales actores nacionales e internacionales tomen las decisiones adecuadas, y actúen en estricto cumplimiento de los principios democráticos fundamentales, para ayudar a salvar el país. Rescatar a Haití es salvar la historia, la dignidad y los Derechos Humanos de su pueblo. Ha llegado el momento, y es ahora mismo, de caminar, luchar, imaginar y construir juntos, un país más humano, que sea digno de su nombre y de su historia.
Como pueblo haitiano, exigimos a los responsables un poco de humanidad. Que muestren altura y superación, madurez y capacidad de avergonzarse. Que al menos se atrevan a pensar y a actuar como supervivientes; así podrán entender en sus cuerpos y en sus corazones, lo que el pueblo está viviendo, lo que significa sufrir, sobrevivir y estar traumatizado. En nombre de la reserva de humanidad que llevamos dentro, en nombre de la compasión, de la solidaridad, de los derechos inherentes a cada persona; en nombre de la memoria histórica y de la finitud humana: desde nuestras entrañas, rogamos a todos los actores implicados, tomar el camino del diálogo sincero, sin “koken” (sin mentiras), para sacar por fin al país de esta tragedia histórica.
Foto portada: Norway UN tomada de Flickr
cinep_revista-cien-dias_ed-104-v08Ketler Lysius, S.J.
Jesuita haitiano, Licenciado en Teología, actualmente termina la maestría en Teología en la PUJ, Colombia.
lketler@javeriana.edu.co