Tras enterrar a más de 200 de sus compañeros desde la firma del Acuerdo, los firmantes de la paz no aguantaron más. Tomaron sus morrales y, en “chivas”, buses y decenas de camionetas blindadas que les brindan protección a unos cuantos, emprendieron camino hacia Bogotá. En sus maletas portan ahora -en vez de granadas y balas- los productos cultivan en las Nuevas Áreas de Reincorporación (NAR) y los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR) de todo el país: miel, café, camisetas, tomate, muñecas y muchos más cosechas de la paz viajaron junto a los ex combatientes en la que comenzó como la “Marcha por la vida” y resultó en una masiva “Peregrinación” donde participaron más de 2 mil mujeres y hombres como símbolo de compromiso con el Acuerdo, en rechazo a la matanza de la que son víctimas y exigiendo de garantías para la vida y la reincorporación.
Desde el Caribe hasta Putumayo, y desde cada rincón donde los otrora guerrilleros adelantan su regreso a la vida civil, arribaron a Bogotá miles de ex combatientes el primero de noviembre. Esta cumbre fariana que sorprendió al país y hasta muchos de los mismos marchantes, llevaba por grito el mismo de quienes defienden el Acuerdo, el medio ambiente y la vida misma en todo el país: ¡Nos están matando! A su paso por los poblados que antes atacaban a fusil, los ex comandantes pausaron a pedir perdón: por las pescas milagrosas, por las tomas armadas, por destruir pueblos, por desplazar campesinos. Ahora ellos y ellas -convertidos en víctimas no solo de los cientos de asesinatos sino también de amenazas y desarraigo- se unieron en resistencia pacífica como lo han enseñado por décadas las mujeres, los campesinos, los indígenas y los pueblos afro: caminando, elevando banderas blancas, cantando, bailando, conversando y hasta orando.
Por primera vez después de la última conferencia guerrillera en armas y el congreso constitutivo del hoy partido político Farc (Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común) la llamada “guerrillerada” se congregó masivamente. La Plaza de Bolívar fue, por tres días consecutivos, el escenario de sus manifestaciones ahora pacíficas y simbólicas, que incluyeron un performance de mujeres, una feria de productos de la paz, música y múltiples intervenciones que lograron llamar la atención de Colombia y el mundo hasta conseguir su principal objetivo: Pasar la puerta de Casa de Nariño y, en la misma mesa del Presidente Iván Duque y su gabinete para la implementación del Acuerdo, acordar garantías para la difícil etapa que atraviesan los reincorporados, agravada por la pandemia y la avanzada de grupos ilegales, entre ellos las disidencias de quienes fueron antes sus compañeros de luchas en armas quienes, lamentablemente, atacan el Acuerdo y, en una disputa territorial que revive los peores de la guerra, se llevan por delante a quienes fueron antes sus compañeros.
La voz de quienes siguen firmes con el Acuerdo llegó pues hasta Palacio y se oyó además en el Congreso de la República, la Alcaldía de Bogotá y la Universidad Distrital, donde acamparon los miles de rebeldes.
Las noches pasaron entre el viento frío y la calidez del reencuentro de militantes de diversas regiones que pudieron encontrarse después de años de distancia por la guerra y, tras la firma del Acuerdo, por la amenaza que representa para muchos volver a sus territorios de origen.
“Uno sabe que sale, pero no si regresa”, repetían algunos reconociendo la incertidumbre compartida a cuatro años de la firma del Acuerdo. Algunos se tomaban fotos como manera de guardar la memoria del “camarada” que quizá, ojalá no, decían, podía ser el próximo en la lista fatal.
La vida también afloró en los brazos de padres y madres que, de empuñar fusiles, pasaron a arrullar sus hijos. Muchas familias viajaron con sus niños y niñas y el amplio encuentro de exguerrilleros fue la ocasión también de conocer los nuevos integrantes del colectivo que aspira, con su lucha pacífica, transformar el país en uno más justo: “Somos firmantes de la paz”, “Por el respeto a la paz y la vida”, “Destejer odios, tejer solidaridades, retejer la vida”, eran algunos de los mensajes que dejaron a su paso por la capital y los cientos de kilómetros recorridos a pie y en carro aunque con zozobra y dolor por la pérdida de sus compañeros, con la convicción puesta en que la manera de pelearse garantías por sus vidas y por la paz es defender el Acuerdo desde la legalidad.
La marcha fariana que integró a marchantes de Anorí, San José de Apartadó, Dabeiba, Mutatá, Ituango y el Valle de Aburrá, pasó por el Oriente antioqueño dejando mensajes de reconciliación donde antes las tropas irrumpían con explosivos, secuestros y extorsiones. Las víctimas de Marinilla y otros municipios de Oriente salieron a su paso para recibirles celebrando que cesó la horrible noche de esta región, una de las más golpeadas por el conflicto armado y la insurgencia armada en Antioquia. Estudiantes y jóvenes de Medellín y municipios de Antioquia se sumaron con entusiasmo a la caravana donde también participaron delegaciones de Caldas y Chocó. Colectivos de instituciones educativas y organizaciones culturales y sociales se sumaron al respaldo a los firmantes en eventos culturales desarrollados en sus noches de estadía en Oriente, Guaduas y Doradal. Desde el ETCR Brisas y Quibdó, Chocó, decenas de ex combatientes integraron la marcha hasta Bogotá. El olvido histórico de ese departamento y las difíciles condiciones de seguridad que se agravaron tras la dejación de armas han complejizado aún más la reincorporación. Desde organizaciones populares urbanas, las mujeres unieron esfuerzos para acompañar la peregrinación que se mostró el poder femenino en Plaza de Bolívar el 2 de noviembre con un performance que simbolizó con solemnidad el dolor por la pérdida de sus hijos, esposos y compañeros, e invocó de la madre tierra y el pueblo colombiano la protección a la vida. Las banderas blancas se sumaron por cientos y se elevaron con fuerza en la capital colombiana al final de la tarde del 1 de noviembre, cuando los ex combatientes provenientes de todo el país se unieron al culminar varios días de peregrinación. En el camino se les unieron religiosos y les saludaron alcaldes, líderes de organizaciones sociales, rectores de escuelas, y ciudadanos de a pie que extendieron su mano en señal de agradecimiento por abandonar las armas y continuar comprometidos con el Acuerdo, pese a las dificultades “Manuel” entregó su fusil hace cuatro años y desde entonces se la rebusca con cigarrillos y chiclets en las calles de una ciudad donde, a veces, prefiere reservar su identidad para protegerse. En una ventanilla de la “Casa del Común” despacha los productos de la paz producidos en esa y otras tierras con orgullo por las “cosas tan ricas” que están produciendo otros ex combatientes que adelantan su reincorporación en la ruralidad. Como tantos en el país, ha despedido a varios de sus compañeros alcanzados por las balas y, en su memoria y la de los 245 firmantes asesinados1Cifra a diciembre 16 de 2020., se gastó la suela de sus zapatos con alegría por encontrarse en unión con miles de personas que siguen firmes por la paz.
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Foto portada: Jennifer Rueda.
Katalina Vásquez Guzmán.
Periodista de la Universidad de Antioquia y Especialista en DD.HH. y DIH de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la misma universidad. Aspirante a Magister en Estudios de Paz y Resolución de Conflictos de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá.
Jennifer Rueda
Reportera gráfica y artista visual. Fundadora de la Alianza de Medios Alternativos (AMA). Defensoras de DD.HH.