La humanidad sufre de ceguera selectiva. Ocurre ante nuestros ojos el genocidio de un pueblo, y parece importarles a muy pocos. El exterminio del pueblo palestino evidencia el poco valor que el orden mundial ha tenido por las personas, por los pueblos y por la vida misma.
De los genocidios anteriores…
Como habitantes del planeta, ya hemos vivido momentos de inhumanidad muy dolorosos. Genocidios precedidos por propagandas de odio y discriminación, que van inoculando en los pueblos, como un virus letal, la violencia, a tal punto de aceptar la eliminación del otro, como solución a los conflictos.
Basta con echar una mirada al genocidio armenio, al holocausto nazi y al genocidio en Ruanda, para comprender cómo se van gestando en el espíritu mismo de las sociedades, estos afanes destructivos.
El imperio Otomano, en decadencia, trató de exterminar al pueblo armenio. Se calcula que entre 1915 y 1923, fueron perseguidos y asesinados cerca de un millón y medio a dos millones de armenios, sin ningún rubor de la comunidad internacional, sin condena alguna o juicio a los culpables. Aún hoy, contra toda evidencia, Israel y el Reino Unido, se niegan a reconocer esta masacre como un genocidio.
De este hecho impune, Alemania, cómplice de aquel imperio en decadencia, aprendería sin duda, a diseñar y ejecutar el Holocausto, con todas las herramientas de comunicación y estigmatización que requería, a sabiendas de que seguramente nadie los declararía culpables, ni les pondría límites.
Siguiendo el mismo repertorio de estigmatización elaborado por el imperio turco contra los armenios, llamándolos insectos, alimañas, empresariado parasitario, etc., el régimen nazi enfiló su campaña de comunicación antisemita.
En efecto, la propaganda nazi representaba a los judíos como personas avarientas, deshonestas y peligrosas, se les acusaba a partir de un sinnúmero de teorías de conspiración, se les asociaba a varias enfermedades y a la degeneración de la raza aria, y se les deshumanizaba de tal modo, presentándolos como seres inferiores, que se produjo una atmosfera social que los despojó de consideración y derechos, generando un ambiente propicio para la discriminación, la segregación y el posterior exterminio.
Los nazis asesinaron a más de 6 millones de judíos, y a miles de millares más, de personas consideradas “indeseables” por el régimen, incluidos gitanos, discapacitados, comunistas, homosexuales, testigos de Jehová, etc.
Otros genocidios han ocurrido después, como el de Ruanda en 1994, preparado durante meses por una cadena de radio de la facción más extremista del poder, desde donde se estigmatizaba a los tutsis como animales, bestias feroces, cucarachas, que había que matar con crueldad, porque si llegaban al poder, supuestamente, lo destruirían todo. Resultado: en menos de cien días, casi un millón de muertos, vecinos y aldeas, asesinándose entre sí, en medio de una verdadera orgía de sangre.
De todos los genocidios del siglo XX y XXI, deberíamos entender al menos dos cosas: 1) Que no sucede un genocidio sin inocular odio en la población, corromper la mirada hacia el otro y deshumanizar a la víctimas. 2) Que como humanidad no es posible pasar por alto un genocidio, ya que si no se pone límites a sus perpetradores, la violencia y la degradación escalan a otros pueblos y a mayores formas de destrucción.
Del genocidio contra el pueblo palestino…
Es aberrante entonces, que después de tanta sangre derramada, sigamos como humanidad, siendo testigos del genocidio contra el pueblo palestino, que sabemos, no empezó el 7 de octubre de 2023, sino décadas atrás. El Estado de Israel, manipulando el hecho de que sus ciudadanos fueron las víctimas del Holocausto, y bajo el manto de un fundamentalismo religioso, de una interpretación perversa y distorsionada de la categoría teológica de “pueblo elegido”, ha justificado desde entonces, la discriminación, el despojo, la segregación y el exterminio del pueblo palestino.
Netanyahu y la extrema derecha, que ha copado todos los ámbitos de poder en Israel durante los últimos años, han intensificado la propaganda sionista de estigmatización y deshumanización contra los palestinos, han asumido la violencia colonial de su estrategia de ocupación y el proyecto de limpieza étnica, como políticas de Estado, persiguiendo, incluso, a los mismos judíos que se oponen a ellas.
Aferrado al poder, Netanyahu alcanzó su propósito de incendiar el país, y lograr que los israelíes como sociedad legitimaran la matanza del pueblo palestino. El Estado de Israel, desde la Nakba (catástrofe o despojo de 1948), ha matado palestinos, pero hasta ahora, nunca había contado, con la aprobación de la mayoría de su población.
Desafiando los límites que la comunidad internacional tímidamente ha intentado poner, Netanyahu parece querer llevar su guerra santa hasta el extremo. ¿Arrastrará a su cómplice natural, Estados Unidos, a una confrontación de escala mundial? Desafortunadamente, las próximas elecciones en el país norteamericano dependen, en gran parte, de 70 millones de fanáticos religiosos, que votarán por un candidato que apoye ciegamente al “pueblo elegido”. Todo parece indicar que vale más el poder de un imperio en decadencia, que la vida de los seres humanos y del planeta.
Al igual que el imperio Otomano, intentando sobreponerse a su propia caída, provocó la primera guerra mundial, pareciera que el imperio del norte de América, nos va a llevar a la tercera, con el agravante, de que si esto ocurre, probablemente no sobreviva nadie para contar la historia.
Es urgente que la comunidad internacional ponga frenos al Estado de Israel, detenga el genocidio contra el pueblo Palestino, y no deje este crimen en la impunidad. Si occidente no es capaz de lograr esto, llevará al mundo, irremediablemente, a un escenario de destrucción sin precedentes.
De los genocidios en Colombia…
En cuanto a nuestro país, el único reconocido internacionalmente es el perpetrado contra la Unión Patriótica, diseñado además por la inteligencia israelí, según lo ha denunciado el periodista Alberto Donadío (Revista Semana, 12 de enero de 2021).
Sin embargo, todos estos años de conflicto armado, han dejado tantas víctimas y violaciones a los derechos humanos, que es imposible no hablar de otros genocidios, como por ejemplo, el de los mal llamados falsos positivos, o el deplorable asesinato sistemático de líderes sociales y ambientales.
Por otro lado, reivindicando hoy más que nunca, la importancia de la prensa libre, no es posible ocultar que los medios hegemónicos en el país, han prestado sus megáfonos para incentivar el odio, facilitando las matanzas que hemos padecido.
Alguna vez le preguntaron al maestro Fernando Vallejo, qué pensaba del presidente Álvaro Uribe, y sin dudarlo, contestó que para él, Uribe no era en realidad el problema de Colombia, sino que más de la mitad de los colombianos pensaran como aquel presidente.
Las élites del poder en Colombia, gracias a la figura de Uribe, lograron hacer con nuestra sociedad, lo que Netanyahu logró con Israel, esto es, convencer a las mayorías de que eliminar al otro es legítimo.
Más de la mitad de los colombianos eligió en las urnas a Álvaro Uribe en el 2002, no por su programa de gobierno, sino por su posición de mano dura frente a la guerrilla, luego de la desilusión del proceso de paz en el Caguán. En otras palabras, lo eligieron para que hiciera venganza y eliminara a aquellos criminales.
Bastaron dos años de su gobierno, para que los máximos líderes de las Autodefensas Unidas de Colombia, Salvatore Mancuso, Ramón Isaza y Ernesto Báez, llegaran triunfantes y aplaudidos al Congreso de la República, para explicar y legitimar sus crímenes y su ideología antisubversiva.
Esta validación del odio y de la violencia, unida a la absoluta impunidad, nos encegueció frente al genocidio contra tantos compatriotas, y muchos se dejaron enredar por la perorata guerrerista, que se repite hoy en algunos medios, para desacreditar todos los intentos de paz del gobierno de Gustavo Petro.
Ciertamente, una visión maximalista como la Paz Total, tiene sus problemas y sus límites. Si no logra incluir al Clan del Golfo, que no solo es la estructura ilegal armada más grande y rica en la actualidad, sino heredera de la ideología ultraderechista del paramilitarismo, la guerra seguirá expandiéndose. Por otro lado, la Paz Total implica el intento de crear, desde los territorios, una transformación del Estado, que incomoda a quienes siempre se han sentido sus dueños.
A pesar de eso, lo lógico sería que, después de todo lo padecido en nuestro país, y lo que nos ha mostrado tan crudamente el informe final de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, ningún colombiano apostara más por la guerra, y todos apoyaran, por encima de sus preferencias ideológicas, el fondo de esta política de Paz Total. Pero el mundo, liderado por un imperio en decadencia al que seguimos rindiendo pleitesía, parece estar ávido de guerra y de autoritarismos, que pueden llegar a contagiarnos.
Fotografía de portada: Comunicaciones e incidencia del Cinep/PPP
Jorge Alberto Camacho Chahín, S.J.
Filósofo y Licenciado en Teología de la PUJ. Magíster en Teología Fundamental del Centre Sèvres de Paris.
Director de la revista Cien Días vistos por Cinep.