Por Camilo Borrero García
En el contexto colombiano no es usual que una modesta revista de corte académico llegue al número cien. Esa meta está reservada para las publicaciones auspiciadas por grandes medios de comunicación, o que involucren asuntos de farándula. Me atrevo a pensar que ni siquiera las aventuras editoriales independientes en otros campos de nuestra cotidianidad –por ejemplo, los deportes, la moda, la tecnología o la salud– lo logran. No es un dato científico, claro. Me puedo y me quiero equivocar.
De cualquier forma, en sus pantallas está el número cien de Cien Días vistos por Cinep. Esta publicación se ha constituido en la principal herramienta para que este centro de investigación nos partícipe de su visión sobre el acontecer nacional. Y, teniendo en cuenta que durante casi dos décadas de mi existencia tuve el encargo de apoyar la edición de la revista, se me ha animado a que comparta, igualmente, algunas reflexiones que ayuden a evaluar su longevidad. Nunca se sabe: quizás estemos ante alguna receta que se pueda replicar.
Con esa tarea en mente me propongo, entonces, llamar la atención sobre tres elementos que, a mi juicio, es necesario calibrar ante cualquier evaluación: lo cambiante de la actualidad, el valor de la continuidad y la aspiración de fidelidad. Estos tres, en su conjunto, le otorgan a un medio como Cien Días tanto identidad como autenticidad. Sin embargo, es evidente que, en un mundo en que la oferta de los escritores supera la demanda de los lectores, aun con el viento a su favor, el futuro no es del todo prometedor. Cien Días requiere de su benevolencia en acompañarnos.
La fórmula inicial
Cien Días no fue el primer ensayo que se hizo desde el Cinep en este cometido de analizar la coyuntura, pero resultó, a la postre, el más exitoso. Antes, por ejemplo, la dirección de Alejandro Angulo había incursionado en esos terrenos, con más modestia y controlada ambición. Qué pasó y Qué hubo fueron dos ensayos separados por poco más de un lustro, en donde investigadores de la institución compartían análisis de actualidad, fundamentalmente en el campo de los derechos humanos y, básicamente, para un público ya iniciado o cautivo: los usuarios ordinarios de nuestros servicios, especialmente, los mismos trabajadores del Centro.
Como a Francisco de Roux le emocionan las gestas colectivas, en cuanto llegó a la Dirección impulsó esta idea de crear una revista de análisis de la coyuntura, que pudiera convertirse en material obligado de consulta para colegiales atareados, que reposara en consultorios médicos y salones de belleza como alternativa de formación para los minutos de espera que solemos simplemente ver transcurrir, o que permitiera a funcionarios de embajadas y servidores de agencias internacionales dar a sus regiones de origen una visión más precisa de lo que valía la pena considerar en Colombia.
El proyecto gustó a los financiadores externos y entonces se dio la posibilidad de contratar a un equipo de investigadores para la tarea específica de escribir sobre coyuntura en diversos campos: político, económico, internacional, regional, cultural, de derechos humanos y algo más. Así mismo, contratado el personal, se especificó la instrucción general: cada artículo debía extenderse como máximo en tres cuartillas, y dividirse en 70% de información, 20% de análisis y 10% de opinión. Además, el lenguaje a utilizar debía ser uno que comprendiera sin problemas un estudiante de lo que en ese entonces era sexto de bachillerato y hoy en día corresponde al grado once.
Seguramente, lo anterior nunca se logró, pero generó una especie de objetivo a alcanzar que vale la pena comentar con algo de detalle. En primer lugar, implicaba ir más allá del periodista que cubre la actualidad nacional. Sin ser peyorativo, las más de las veces, éste se limita a narrar lo sucedido; algunas veces, le otorga un cierto contexto, para el cual procede a entrevistar a los expertos. Nosotros procedíamos al contrario: partíamos del experto, es decir, de aquel que conoce la estructura del campo, para decirlo en términos más académicos, y desde allí se valoraba la variación: qué de la agencia de los actores era importante en cuanto cambiaba, alteraba o implicaba, en solamente tres meses, una transformación del área bajo estudio.
Solamente desde esta perspectiva, por lo tanto, es comprensible llamar a un artículo determinado como de coyuntura. Se reseñan o seleccionan únicamente los acontecimientos que tienen el poder o la facultad de transformar el entorno, el curso ordinario de los hechos, sin que necesariamente lleguen a ser considerados como extraordinarios, pues, precisamente, están inscritos en lo posible.
Por ello, en Cien Días el toque periodístico viene al final, como un complemento de estilo, que no define el actuar de los investigadores, más bien, asegura una comunicación más asertiva con los lectores.
La continuidad de las secciones
Cuando iniciamos la tarea, el Cinep contaba ya con dos herramientas que facilitaban enormemente el trabajo: sus bases de datos. La primera de ellas, la correspondiente a la situación de derechos humanos, venía siendo publicitada en otros medios, y lo que ha logrado hacer Cien Días, a lo largo de este período, es asegurar una presencia continua de la síntesis de estos datos, tres veces al año. Es decir: constituye una constante y un acumulado envidiable de la publicación, que no solamente posibilita realizar análisis retrospectivos a partir de categorías recurrentes, sino que captura a una audiencia que espera el producto con igual asiduidad.
Con la segunda base de datos extensa, la de movimientos sociales, no ha sido tan fácil lograr una estandarización trimestral que resulte igual de atractiva a los lectores. No obstante, se ha consolidado una cierta mirada sobre las constantes y variables de la protesta en Colombia, así como sobre los motivos que la generan, los cuales pueden rastrearse a través de la colección como parte de un análisis de mediano plazo.
Política, economía y conflicto armado son otros tres ejes sobre los que ha girado la historia de Cien Días. Aun cuando aquí, a diferencia de los dos anteriores, el enfoque depende en mucho del autor en ciernes –lo que bien puede significar una ventaja– bajo cierta óptica –pues la variedad siempre puede pregonarse como valor– también le resta a la revista a la hora de hacer balances de mayor alcance, especialmente, si estos autores no siempre tienen en cuenta la misma “estructura” y, por ende, la redefinen continuamente en consonancia con sus visiones.
En otros terrenos, el equipo editorial de Cien Días siempre quiso lograr una mayor estabilidad. Hablamos, por ejemplo, del análisis del campo religioso, cultural, internacional o comunicativo. De tiempo atrás, nos hemos imaginado que es posible mantener una mirada sobre estas realidades, que indique los contrastes frente a una cierta recurrencia.
A modo de ejemplos: analizar el contexto internacional, no desde lo que ocupa –los titulares de los medios–, sino desde lo que impacta –la política colombiana–; o trascender las notas de farándula para ver las transiciones de nuestras experiencias culturales profundas a través de lo que se convierte en tendencia o moda.
Esto no se ha conseguido hasta ahora, pero la asignatura se puede postular como pendiente. Lo que constituiría, a mi entender, una interesante forma de contrastar nuestra visión con la de publicaciones especializadas en esas áreas. En últimas, lo que mantiene vigente a Cien Días es esa posibilidad de entretejer diversos ejes de estudio, y esto supone un agregado, antes que una competencia.
Finalmente, la Revista se ha preocupado porque en todas sus apariciones haya una referencia regional, usualmente vinculada con los trabajos en territorio que se adelantan desde el Cinep/PPP en sus diferentes ámbitos de acompañamiento. Algunas veces, por lo tanto, el peso estará en procesos de formación; en otros, se apoyará en investigaciones colaborativas o en recuentos más particularizados del agravamiento de las situaciones de violación a los derechos humanos, en sus distintos componentes.
Ese conjunto hace de la revista una publicación confiable, predecible, dirán algunos, pero esa es la materia con la que se conjuga la correlación entre coyuntura y estructura. No se vive de la chiva o la novedad, sino de la paciente articulación de aquello que, efectivamente, impacta la realidad. Nada menos, nada más.
De los públicos y sus intereses
Retornando a los orígenes, quisiera resaltar la idea germinal de llegar con una publicación, como la que hemos retratado, a amplias capas de la sociedad, lo que llevó a los padres fundadores a pensar inmediatamente en la masividad.
Hoy, que están tan de moda los insertos en los periódicos de amplia circulación, parece apenas normal recibir información de esta índole. Pero cuando nació Cien Días se trataba de una aventura novedosa, que, afortunadamente, tuvo eco en la cooperación internacional para su financiación y en el diario El Espectador para viajar a precios de costo. De esta forma, iniciamos la vida institucional con un tiraje que era superior a los cien mil ejemplares, esto es, el mismo número de lectores que parecía un sueño para la totalidad de las ONG.
Por supuesto, igual sobrevenían muchas preguntas colaterales: ¿qué porcentaje de ese potencial conjunto de lectores realmente nos consultaba? ¿Era posible pensar en una vía de comunicación activa con ellos, para percibir y recibir sus inquietudes, sin que se convirtiera en una pesadilla adicional? ¿Nos debíamos finalmente a nuestro público o impulsábamos, en últimas, un mensaje formativo que, aún frente a la incomprensión, nos empeñábamos en mantener?
Antes de tener respuestas adecuadas para estas inquietudes, que de paso desvelan a todos los que se empeñan en trascender el mundo editorial, aceptamos el reto de incluir nuestra revista como regalo en buena parte de los diarios regionales. Así, con presencia en El Heraldo, Vanguardia Liberal, El Colombiano y La Patria, para señalar los más asiduos, dimos el salto a convertirnos en la revista de mayor tiraje nacional, superando para la época, incluso, a la revista Semana.
No fueron muchos años, pero valió la pena el esfuerzo. Sobre todo, porque el ejemplo caló, y se fue haciendo más común la idea de ofrecer recursos de esta índole a los cada vez más exigentes lectores interesados.
Desafortunadamente, las fuentes de financiación fueron disminuyendo progresivamente, y, casi sin transición, nos tuvimos que hacer la pregunta por lo virtual. No como estrategia comunicativa, pues eran más los escépticos que los convencidos de migrar hacia el tránsito digital, sino como salvavidas, para no desaparecer como estelas en la mar.
Incluso, cuando ya le habíamos anunciado al mundo, con bombos y platillos, una última aparición en papel antes de dar el salto a la pantalla del computador, conseguimos el dinero para hacer dos o tres números de tiraje muy reducido, diez o quince mil ejemplares y nada más, antes de finalmente abandonar las imprentas y confiar nuestra existencia al clic de aceptación en el correo personal.
Ahora que el tránsito no solo es irreversible, sino políticamente correcto, las preguntas sobre el peso de los lectores en la revista adquieren una trascendencia diferente: de todas las botellas que, como náufragos, lanzamos al azar, la cuestión es cuál de ellas no termina en las papeleras sin consultar.
Una cosa es segura: nunca serán tantos los que nos leen como el número de aquellos a quienes quisiéramos haber conquistado ya. Pero guardamos una convicción paralela: la fidelidad a toda prueba de un nutrido conjunto de ustedes, que nos ha permitido sobrevivir, confiados en que el esfuerzo ha valido la pena. Es posible compartir una visión profunda de esta Colombia, en donde cada tres meses todo cambia, pero sigue igual: Cien Días que vale la pena esperar.
Camilo Borrero García
Abogado Universidad Nacional. MA en Derecho y PhD en Derecho, Universidad Nacional. Editor de la revista Cien Días (1992-2010). Profesor titular de la Universidad Nacional.