Por: Jorge Alberto Camacho Chahín, S. J.
Eider Jesús Arias (17 años)
Angie Paola Baquero (29 años)
Anthony Gabriel Estrada (28 años)
Jaider Alexander Fonseca (17 años)
Julián Mauricio González (27 años)
Cristian Camilo Hernández (26 años)
Cristhian Andrés Hurtado (27 años)
Fredy Alexander Mahecha (20 años)
Lorwan Stiwen Mendoza (30 años)
Germán Smith Puentes (25 años)
Julieth Ramírez (18 años)
Cristian Rodríguez (21 años)
Andrés Felipe Rodríguez (23 años)
…
Este podría ser el llamado a lista de cualquier curso universitario, pero, por desgracia para el país, se trata de los jóvenes asesinados por la Policía en Bogotá y Soacha, el 9 de septiembre de 2020 en el marco de las protestas por el homicidio de Javier Ordóñez .
Abrimos esta edición de la revista Cien Días Vistos por Cinep/PPP haciendo memoria de esta masacre, ocurrida precisamente el Día Nacional de los Derechos Humanos, paradoja que la hace aún más ignominiosa para nuestra sociedad.
La víspera de esta cruenta jornada, vimos aterrorizados, por distintos medios, el video del momento en el que Javier Ordoñez Bermúdez, ingeniero y ad-portas de graduarse de abogado, rogaba por su vida a unos policías que lo arrastraban y le propinaban choques eléctricos. El país entero se conmocionó con este asesinato, que exacerbó las protestas, torpemente reprimidas por un gobierno indolente.
De los jóvenes asesinados, unos eran estudiantes, otros padres de familia o trabajadores humildes, algunos domiciliarios, unos fuertemente comprometidos con las marchas, y otros simplemente pasaban por ahí y murieron por una bala perdida, pero todos tenían en común su extracción humilde, y una vida de esfuerzos y luchas para superar el fantasma de la pobreza.
¿No se trataba entonces solo de reprimir unas ideas, sino de reprimir a los pobres? ¿Criminalizar y controlar la pobreza usando la violencia policial?
Ese mundo popular reprimido, jamás escuchado, fue crucial en el ascenso al poder de Gustavo Petro y Francia Márquez. Sin embargo, las esperanzas en el nuevo gobierno, después de un año, parecen disminuir drásticamente: los cambios esperados no se logran fácilmente, los viejos vicios politiqueros reaparecen en algunas entidades del Estado y en miembros del partido de gobierno, mientras que la oposición, de la mano de algunas élites de poder y de los medios tradicionales, avanza imparable en su estrategia de producir miedo, tildando al presidente Petro de dictador, de estar acabando con la economía y de destruir las instituciones democráticas.
Contrario a esa propaganda, el mandatario ha mostrado un talante democrático sin precedentes en el país, como lo refleja su visión garantista de los derechos frente a las movilizaciones sociales (puede el lector contrastar esta opinión con la expresada en Las promesas del poder).
Es verdad que bloqueos y movilizaciones se multiplican a lo largo y ancho del territorio, pero estos corresponden a causas muy diversas y, en todos, el gobierno nacional ha propendido al diálogo, con una nueva actitud de la Policía y el Esmad. Sin embargo, llueven críticas al ejecutivo, en el sentido de que tanta permisividad promueve las vías de hecho. Quizás somos una sociedad tan acostumbrada a la represión, a resolver las cosas por la violencia, que nos parecen ridículas las vías civilizadas.
¿Somos una sociedad enferma? El enfoque psicoanalítico, desde el estudio y la experiencia de una profesional en su consultorio, aporta a esta edición algunos elementos de análisis sobre el malestar en la cultura colombiana. (Algunas consideraciones para comprender el malestar en Colombia como sujeto psicoanalítico).
Por lo visto hasta ahora durante el gobierno Petro-Márquez, es bastante improbable que se repitan hechos tan lamentables como los del 9 de septiembre de 2020 en Bogotá y Soacha.
De igual manera, a nivel político, lejos de acabar con la democracia, el presidente Petro se ha mostrado respetuoso con la independencia de poderes, en especial con el legislativo, como lo atestigua el hecho de no tener el control del Congreso; y con el judicial, al mantenerse respetuoso del trámite y decisiones en el caso contra uno de sus hijos, exhibiendo así una actitud ejemplar de demócrata radical, lo cual resulta inusitado y loable en un país donde estábamos acostumbrados a que los presidentes manejaran el Congreso a su antojo, por vía “mermelada”, y manipularan el poder judicial y los organismos de control.
La fuerte tensión que ha tenido con los medios de comunicación, a los cuales llama “tradicionales”, podría poner en entredicho este carácter democrático del presidente Petro. Hay que tener en cuenta que, por primera vez en el país, los medios de comunicación más poderosos están más alineados con la oposición que con el gobierno. Estos medios repiten, con escaso fundamento, que el gobierno los está atacando a diestra y siniestra, mientras que el presidente arguye que, si bien “no ataca periodistas”, puede defenderse de las mentiras que difunden sobre él para desestabilizar el gobierno.
Su activa participación en Twitter, que le garantiza una inmediata comunicación con sus seguidores y detractores, desplaza a los medios tradicionales, cuyos voceros tildan esa actividad como populismo puro y duro. Pero, es evidente que lejos está el presidente Petro de usar esta herramienta para generar desinformación o llamados al odio, como lo hizo, por ejemplo, el expresidente Donald Trump en Estados Unidos, obligando a esa red social a cancelarle su cuenta.
El caso es que, en medio de la polarización del país, el contubernio entre periodismo y política desfigura la verdad. Vivimos una especie de tiranía de la desinformación que merece ser analizada, por lo cual hemos dedicado varios artículos de esta edición a examinar este fenómeno, así como a explorar qué está pasando con el derecho a la “libertad de expresión”, necesario para que exista la democracia.
(Noticias falsas, alfabetización mediática y elecciones regionales en Colombia)
(Petro vs. la prensa: ¿quién tiene la verdad en Colombia?)
(¿Por qué está en peligro la libertad de prensa en el mundo?)
Dentro del discurso antipetrista de los medios, al ciudadano de a pie se le repite, una y otra vez, que el cambio no es tal, porque la izquierda imita a los políticos de siempre, que “todos son lo mismo” y que, en últimas, no vale la pena luchar, ni participar en política, porque “nada va a cambiar”.
A pesar de las deficiencias del nuevo gobierno, sí hay cambios evidentes en el clima del país. Una agenda distinta de paz y de respeto por la vida avanza en medio de las dificultades, y aunque las reformas propuestas sufren el estancamiento y el marasmo leguleyo del Congreso, ni el más radical de los políticos de derecha se atreve a decir que el país no las necesita.
Los cambios no dan espera. El mayor reto para la izquierda democrática es lograr reformas que redunden en una mayor calidad de vida para los ciudadanos. Si no lo logra, podemos caer en la ilusión de pensar que hay otras vías no democráticas para hacerlo. Este sería, entonces, el camino propicio para inflar a dictadores dementes, que construyen su imagen como redentores a partir de su habilidad para manipular la información. Este es el perverso club de Trump, Bolsonaro, Milei, Ortega-Murillo… y del aterrador Bukele.
(Argentina y el avance de la derecha)
Jorge Alberto Camacho Chahín, S.J.
Filósofo y Licenciado en Teología de la PUJ. Magíster en Teología Fundamental del Centre Sèvres de Paris.
Director de la revista Cien Días vistos por Cinep.